[En Sevilla, el palacio real]
Salen el Rey y don Diego Tenorio, el viejo
¿Qué me dices?
Señor, la verdad digo.
Por esta carta estoy del caso cierto,
que es de tu embajador y de mi hermano;
halláronle en la cuadra del rey mismo
con una hermosa dama de palacio.
¿Qué calidad?
Señor, es la duquesa
Isabela.
¿Isabela?
Por lo menos.
¡Atrevimiento temerario! ¿Y dónde
ahora está?
Adolphe Jean-Baptiste Bayot
Señor, a vuestra alteza
no he de encubrille la verdad: anoche
a Sevilla llegó con un criado.
Ya conocéis, Tenorio, que os estimo,
y al rey informaré del caso luego,
casando a ese rapaz con Isabela,
volviendo a su sosiego al duque Octavio,
que inocente padece; y luego al punto
haced que don Juan salga desterrado.
¿Adónde, mi señor?
Mi enojo vea
en el destierro de Sevilla; salga
a Lebrija esta noche, y agradezca
sólo al merecimiento de su padre…
Pero, decid, don Diego, ¿qué diremos
a Gonzalo de Ulloa, sin que erremos?
Caséle con su hija y no sé cómo
lo puedo ahora remediar.
Pues mira,
gran señor, qué mandas que yo haga
que esté bien al honor de esta señora,
hija de un padre tal.
Un medio tomo
con que absolvello del enojo entiendo:
Mayordomo mayor pretendo hacelle.
(Sale un Criado.)
Criado
Un caballero llega de camino,
y dice, señor, que es el duque Octavio.
¿El duque Octavio?
Sí, señor.
Sin duda
que supo de don Juan el desatino,
y que viene, incitado a la venganza,
a pedir que le otorgue desafío.
Gran señor, en tus heroicas manos
está mi vida, que mi vida propria
es la vida de un hijo inobediente,
que, aunque mozo, gallardo y valeroso,
y le llaman los mozos de su tiempo
el Héctor de Sevilla, porque ha hecho
tantas y tan extrañas mocedades,
la razón puede mucho. No permitas
el desafío, si es posible.
Basta.
Ya os entiendo, Tenorio, honor de padre.
Entre el Duque.
Señor, dame esas plantas.
¿Cómo podré pagar mercedes tantas?
(Sale el Duque Octavio, de camino.)
A esos pies, gran señor, un peregrino,
mísero y desterrado, ofrece el labio,
juzgando por más fácil el camino
en vuestra gran presencia.
Duque Octavio…
Huyendo vengo el fiero desatino
de una mujer, el no pensado agravio
de un caballero que la causa ha sido
de que así a vuestros pies haya venido.
Ya, duque Octavio, sé vuestra inocencia.
Yo al rey escribiré que os restituya
en vuestro estado, puesto que el ausencia
que hicisteis algún daño os atribuya.
Yo os casaré en Sevilla con licencia
y con perdón y gracia suya;
que puesto que Isabela un ángel sea,
mirando la que os doy, ha de ser fea.
Comendador mayor de Calatrava
es Gonzalo de Ulloa, un caballero
a quien el moro por temor alaba,
que siempre es el cobarde lisonjero.
Este tiene una hija en quien bastaba
en dote la virtud, que considero,
después de la verdad, que es maravilla,
y es sol de las estrellas de Sevilla.
Ésta quiero que sea vuestra esposa.
Cuando yo este viaje le emprendiera
a sólo eso, mi suerte era dichosa,
sabiendo yo que vuestro gusto fuera.
Hospedaréis al duque, sin que cosa
en su regalo falte.
Quien espera
en vos, señor, saldrá de premios lleno.
Primero Alfonso sois, siendo el Onceno.w
Vanse el Rey y don Diego Tenorio, y sale Ripio.
¿Qué ha sucedido?
Que he dado
el trabajo recibido,
conforme me ha sucedido,
desde hoy por bien empleado.
Hablé al rey, vióme y honróme,
César con él César fui,
pues vi, peleé y vencí,
y ya hace que esposa tome
de su mano, y se prefiere
a desenojar al rey
en la fulminada ley.
Con razón el nombre adquiere
de generoso en Castilla.
¿Al fin te llegó a ofrecer
mujer?
Sí, amigo, y mujer
de Sevilla, que Sevilla
da, si averiguarlo quieres,
porque de oíllo te asombres,
si fuertes y airosos hombres,
también gallardas mujeres.
Un manto tapado, un brío,
donde un puro sol se esconde,
si no es en Sevilla, (adónde
se admite? El contento mío
es tal que ya me consuela
en mi mal.
Salen Catalinon y don Juan.
Señor, detente,
que aquí está el duque, inocente
sagitario de Isabela,
aunque mejor le diré
capricornio.
Disimula.
Cuando le vende, le adula.
Como a Nápoles dejé
por enviarme a llamar
con tanta prisa mi rey,
y como su gusto es ley,
no tuve, Octavio, lugar
de despedirme de vos
de ningún modo.
Por eso,
don Juan amigo, os confieso,
que hoy nos juntamos los dos
en Sevilla.
¿Quién pensara,
duque, que en Sevilla os viera;
vos Puzol, vos la Ribera,
desde Parténope clara
dejáis? Aunque es un lugar
Nápoles tan excelente,
por Sevilla solamente
se puede, amigo, dejar.
Si en Nápoles os oyera,
y no en la parte en que estoy,
del crédito que ahora os doy
sospecho que me riera.
Mas, llegándola a habitar,
es, por lo mucho que alcanza
corta, cualquier alabanza
que a Sevilla queráis dar,
¿quién es el que viene allí?
El que viene es el marqués
de la Mota.
Descortés
es fuerza ser.
Si de mí
al hubiereis menester,
aquí espada y brazo está.
(Y si importa gozará
Aparte
en su nombre otra mujer,
que tiene buena opinión).
De vos estoy satisfecho.
Si fuere de algún provecho,
señores, Catalinón,
vuarcedes continuamente
me hallarán para servillos.
¿Y dónde?
En los Pajarillos,
tabernáculo excelente.
Vanse Octavio y Ripio y salen el marqués de la Mota y su Criado
Todo hoy os ando buscando,
y no os he podido hallar.
¿Vos, don Juan, en el lugar,
y vuestro amigo penando
en vuestra ausencia?
Por Dios,
amigo, que me debéis
esa merced que me hacéis.
(Como no le entreguéis vos
Aparte
moza o cosa que lo valga,
bien podéis fiaros de él,
que en cuanto a esto es cruel,
tiene condición hidalga).
¿Qué hay de Sevilla?
Está ya
toda esta corte mudada.
¿Mujeres?
Cosa juzgada.
¿Inés?
A Bejel se va.
Buen lugar para vivir
la que tan dama nació.
El tiempo la desterró
a Bejel.
Irá a morir.
¿Constanza?
Es lástima vella
lampiña de frente y ceja,
llámala el portugués vieja,
y ella imagina que bella.
Sí, que velha en portugués
suena «vieja» en castellano.
¿Y Teodora?
Este verano
se escapó del mal francés
por un río de sudores,
y está tan tierna y reciente
que anteayer me arrojó un diente
envuelto entre muchas flores.
¿Julia, la del Candilejo?
Ya con sus afeites lucha.
¿Véndese siempre por trucha?
Ya se da por abadejo.
¿El barrio de Cantarranas
tiene buena población?
Ranas las más de ellas son.
¿Y viven las dos hermanas?
Y la mona de Tolú
de su madre Celestina,
que les enseña doctrina.
¡Oh, vieja de Belcebú!
¿Cómo la mayor está?
Blanca, y sin blanca ninguna.
Tiene un santo a quien ayuna.
¿Agora en vigilias da?
Es firme y santa mujer.
¿Y esotra?
Mejor principio
tiene; no desecha ripio.
Buen albañir quiere ser.
Marqués, ¿qué hay de perros muertos?
Yo y don Pedro de Esquivel
dimos anoche uno cruel,
y esta noche tengo ciertos
otros dos.
Iré con vos,
que también recorreré
ciertos nidos que dejé
en güevos para los dos.
¿Qué hay de terrero?
No muero
en terrero, que enterrado
me tiene mayor cuidado.
¿Cómo?
Un imposible quiero.
Pues, ¿no os corresponde?
Sí,
me favorece y me estima.
¿Quién es?
Doña Ana, mi prima,
que es recién llegada aquí.
Pues, ¿dónde ha estado?
En Lisboa,
con su padre en la embajada.
¿Es hermosa?
Es extremada,
porque en doña Ana de Ulloa
se extremó Naturaleza.
¿Tan bella es esa mujer?
¡Vive Dios que la he de ver!
Veréis la mayor belleza
que los ojos del sol ven.
Casaos, si es tan extremada.
El rey la tiene casada
y no se sabe con quién.
¿No os favorece?
Y me escribe.
No prosigas, que te engaña
(Aparte)
el gran burlador de España.
Quien tan satisfecho vive
de su amor, ¿desdichas teme?
Sacadla, solicitadla,
escribidla, y engañadla,
y el mundo se abrase y queme.
Agora estoy esperando
la postrer resolución.
Pues no perdáis la ocasión,
que aquí os estoy aguardando.
Ya vuelvo.
Señor cuadrado,
o señor redondo, adiós.
Adiós.
Vanse el marqués de la Mota y su Criado.
Pues solos los dos,
amigo, habemos quedado,
los pasos sigue al marqués,
que en el palacio se entró.
Vase Catalinon, habla por una reja una mujer
Ce, ¿a quién digo?
¿Quién llamó?
Si sois prudente y cortés,
y su amigo, dadle luego
al marqués este papel;
mirad que consiste en él
de una señora el sosiego.
Digo que se lo daré,
soy su amigo y caballero.
Basta, señor forastero,
adiós.
Vase la Mujer
Ya la voz se fue.
¿No parece encantamiento
esto que agora ha pasado?
A mí el papel ha llegado
por la estafeta del viento.
Sin duda que es de la dama
que el marqués me ha encarecido.
Venturoso en esto he sido.
Sevilla a voces me llama
el burlador, y el mayor
gusto que en mí puede haber
es burlar una mujer
y dejarla sin honor.
Vive Dios que le he de abrir,
pues salí de la plazuela.
Mas ¿si hubiese otra cautela?
Gana me da de reír.
Ya está abierto el papel,
y que es suyo es cosa llana,
porque aquí firma doña Ana.
Dice así: «Mi padre infiel
en secreto me ha casado,
sin poderme resistir.
No sé si podré vivir,
porque la muerte me ha dado.
Si estimas, como es razón,
mi amor y mi voluntad,
y si tu amor fue verdad,
muéstralo en esta ocasión.
Porque veas que te estimo,
ven esta noche a la puerta,
que estará a las once abierta,
donde tu esperanza, primo,
goces, y el fin de tu amor.
Traerás, mi gloria, por señas
de Leonorilla y las dueñas
una capa de color.
Mi amor todo de ti fío,
y adiós.» ¡Desdichado amante!
¿Hay suceso semejante?
Ya de la burla me río.
Gozaréla, vive Dios,
con el engaño y cautela
que en Nápoles a Isabela.
Sale Catalinon.
Ya el marqués viene.
Los dos
aquesta noche tenemos
que hacer.
¿Hay engaño nuevo?
¡Extremado!
No lo apruebo.
Tú pretendes que escapemos
una vez, señor, burlados;
que el que vive de burlar,
burlado habrá de escapar
pagando tantos pecados
de una vez.
¿Predicador
te vuelves, impertinente?
La razón hace al valiente.
Y al cobarde hace el temor.
El que se pone a servir,
voluntad no ha de tener,
y todo ha de ser hacer,
y nada ha de ser decir.
Sirviendo, jugando estás,
y si quieres ganar luego,
haz siempre, porque en el juego
quien más hace, gana más.
Y también quien hace y dice
topa y pierde en cualquier parte.
Esta vez quiero avisarte
porque otra vez no te avise.
Digo que de aquí adelante
lo que me mandes haré,
y a tu lado forzaré
un tigre y un elefante;
guárdese de mí un prior
que si me mandas que calle,
y le fuerce, he de forzalle
sin réplica, mi señor.
Sale el marqués de la Mota
Calla, que viene el marqués.
¿Pues, ha de ser el forzado?
Para vos, marqués me han dado
un recado harto cortés,
por esa reja, sin ver
el que me lo daba allí.
Sólo en la voz conocí
que me lo daba mujer.
Dícete al fin, que a las doce
vayas secreto a la puerta,
que estará a esperando abierta,
donde tu esperanza goce
la posesión de tu amor,
y que llevases por señas
de Leonorilla y las dueñas,
una capa de color.
¿Qué decís?
Que este recado
de una ventana me dieron,
sin ver quién.
Con él pusieron
sosiego en tanto cuidado.
¡Ay, amigo, sólo en ti
mi esperanza renaciera!
Dame esos pies.
Considera
que no está tu prima en mí.
¿Eres tú quien ha de ser
quien la tiene de gozar,
y me llegas a abrazar
los pies?
Es tal el placer
que me ha sacado de mí.
¡Oh sol, apresura el paso!
Ya el sol camina al ocaso.
Vamos, amigo, de aquí,
y de noche nos pondremos;
loco voy.
Bien se conoce,
mas yo bien sé que a las doce
harás mayores extremos.
¡Ay, prima del alma, prima,
que quieres premiar mi fe!
¡Vive Cristo que no dé
(Aparte)
una blanca por su prima!
Vase el marqués de la Mota, y sale don Diego
¡Don Juan!
Tu padre te llama.
¿Qué manda vueseñoría?
Verte más cuerdo quería,
más bueno, y con mejor fama.
¿Es posible que procuras
todas las horas mi muerte?
¿Por qué vienes de esa suerte?
Por tu trato, y tus locuras.
Al fin el rey me ha mandado
que te eche de la ciudad,
porque está de una maldad
con justa causa indignado.
Que aunque me lo has encubierto,
ya en Sevilla el rey lo sabe,
cuyo delito es tan grave,
que a decírtelo no acierto.
¿En el palacio real
traición, y con un amigo?
Traidor, Dios te dé el castigo
que pide delito igual.
Mira que aunque al parecer
Dios te consiente, y aguarda,
tu castigo no se tarda,
y que castigo ha de haber
para los que profanáis
su nombre, y que es juez fuerte
Dios en la muerte.
¿En la muerte?
¿Tan largo me lo fiáis?
De aquí allá hay larga jornada.
Breve te ha de parecer.
Y la que tengo de hacer,
pues a su alteza le agrada,
agora, ¿es larga también?
Hasta que el injusto agravio
satisfaga el duque Octavio,
y apaciguados estén
en Nápoles de Isabela
los sucesos que has causado,
en Lebrija retirado,
por tu traición y cautela,
quiere el rey que estés agora,
pena a tu maldad ligera.
(Si el caso también supiera
Aparte
de la pobre pescadora,
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