Bien podía
respirar por otra parte.
Necio estás.
Quiero besarte
las manos de nieve fría.
Ve a llamar los pescadores
que en aquella choza están.
¿Y si los llamo, ¿vendrán?
Vendrán preso, no lo ignores.
¿Quién es este caballero?
Es hijo aqueste señor
del camarero mayor
del rey, por quien ser espero
antes de seis días Conde
en Sevilla, a donde va,
y adonde su alteza está,
si a mi amistad corresponde.
¿Cómo se llama?
Don Juan
Tenorio.
Llama mi gente.
Ya voy.
Vase Сatalinon.
Coge en el regazo Tisbea a don Juan
Mancebo excelente,
gallardo, noble y galán.
Volved en vos, caballero.
¿Dónde estoy?
Ya podéis ver,
en brazos de una mujer.
Vivo en vos, si en el mar muero.
Ya perdí todo el recelo
que me pudiera anegar,
pues del infierno del mar
salgo a vuestro claro cielo.
Un espantoso huracán
dio con mi nave al través,
para arrojarme a esos pies,
que abrigo y puerto me dan,
y en vuestro divino oriente
renazco, y no hay que espantar,
pues veis que hay de amar a mar
una letra solamente.
Muy grande aliento tenéis
para venir sin aliento,
y tras de tanto tormento,
mucho contento ofrecéis;
pero si es tormento el mar,
y son sus ondas crueles,
la fuerza de los cordeles,
pienso que os hacen hablar.
Sin duda que habéis bebido
del mar la ración pasada,
pues por ser de agua salada
con tan grande sal ha sido.
Mucho habláis cuando no habláis,
y cuando muerto venís,
mucho al parecer sentís,
plega a Dios que no mintáis.
Parecéis caballo griego,
que el mar a mis pies desagua,
pues venís formado de agua,
y estáis preñado de fuego.
Y si mojado abrasáis,
estando enjuto, ¿qué haréis?
Mucho fuego prometéis,
plega a Dios que no mintáis.
Pierre-Antoine Baudouin
A Dios, zagala, pluguiera
que en el agua me anegara,
para que cuerdo acabara,
y loco en vos no muriera;
que el mar pudiera anegarme
entre sus olas de plata,
que sus límites desata,
mas no pudiera abrasarme.
Gran parte del sol mostráis,
pues que el sol os da licencia,
pues sólo con la apariencia,
siendo de nieve abrasáis.
Por más helado que estáis,
tanto fuego en vos tenéis,
que en este mío os ardéis,
plega a Dios que no mintáis.
Sale Catalinon, Coridon y Anfriso, pescadores
Ya vienen todos aquí.
Y ya está tu fuego vivo.
Con tu presencia recibo
el aliento que perdí.
¿Qué nos mandas?
Coridón,
Anfriso, amigos…
Todos
buscamos por varios modos
esta dichosa ocasión.
Di qué nos mandas, Tisbea,
que por labios de clavel
no lo habrás mandado a aquél
que idolotrarte desea,
apenas, cuando al momento,
sin reservar llanto, o sierra,
surque el mar, are la tierra,
tale el fuego y pare el viento.
¡Oh, qué mal me parecía
estas lisonjas ayer,
y hoy echo en ellas de ver
que sus labios no mentían!
Estando, amigos, pescando
sobre este peñasco, vi
hundirse una nave allí,
y entre las olas nadando
dos hombres, y compasiva
di voces que nadie oyó;
y en tanta aflicción llegó
libre de la furia esquiva
del mar, sin vida a la arena,
de éste en los hombros cargado,
un hidalgo, ya anegado;
y envuelta en tan triste pena,
a llamaros envié.
Pues aquí todos estamos,
manda que en tu gusto hagamos,
lo que pensado no fue.
Que a mi choza los llevemos
quiero, donde guarecidos
reparemos sus vestidos
y a ellos los regalemos,
que mi padre gusta mucho
de esta debida piedad.
Extremada es su beldad.
Escucha aparte.
Ya escucho.
Si te pregunta quién soy,
di que no sabes.
¿A mí
quieres advertirme aquí
lo que he de hacer?
Muerto voy
por la hermosa pescadora.
Esta noche he de gozalla.
¿De qué suerte?
Ven y calla.
Anfriso, dentro de un hora
los pescadores prevén
que cantan y bailan.
Vamos,
y esta noche nos hagamos
rajas, y paños también.
Muerto soy.
¿Cómo, si andáis?
Ando en pena, como veis.
Mucho habláis.
Mucho encendéis.
Plega a Dios que no mintáis.
Vanse todos
[En Sevilla, en el palacio real]
Salen don Gonzalo de Ulloa y el Rey don Alonso de Castilla
¿Cómo os ha sucedido en la embajada,
comendador mayor?
Hallé en Lisboa
al rey don Juan tu primo, previniendo
treinta naves de armada.
¿Y para dónde?
Para Goa me dijo, mas yo entiendo
que a otra empresa más fácil apercibe;
a Ceuta, o Tánger pienso que pretende
cercar este verano.
Dios le ayude,
y premie el cielo de aumentar su gloria.
¿Qué es lo que concertasteis?
Señor, pide
a Cerpa, y Mora, y Olivencia, y Toro,
y por eso te vuelve a Villaverde,
al Almendral, a Mértola, y Herrera
entre Castilla y Portugal.
Al punto
se firman los conciertos, don Gonzalo;
mas decidme primero cómo ha ido
en el camino, que vendréis cansado,
y alcanzado también.
Para serviros,
nunca, señor, me canso.
¿Es buena tierra
Lisboa?
La mayor ciudad de España.
Y si mandas que diga lo que he visto
de lo exterior y célebre, en un punto
en tu presencia te podré un retrato.
Gustaré de oíllo. Dadme silla.
Es Lisboa una octava maravilla.
De las entrañas de España,
que son las tierras de Cuenca,
nace el caudaloso Tajo,
que media España atraviesa.
Entra en el mar Oceano,
en las sagradas riberas
de esta ciudad por la parte
del sur; mas antes que pierda
su curso y su claro nombre
hace un cuarto entre dos sierras
donde están de todo el orbe
barcas, naves, caravelas.
Hay galeras y saetías,
tantas que desde la tierra
para una gran ciudad
adonde Neptuno reina.
A la parte del poniente,
guardan del puerto dos fuerzas,
de Cascaes y Sangián,
las más fuertes de la tierra.
Está de esta gran ciudad,
poco más de media legua,
Belén, convento del santo
conocido por la piedra
y por el león de guarda,
donde los reyes y reinas,
católicos y cristianos,
tienen sus casa perpetuas.
Luego esta máquina insigne,
desde Alcántara comienza
una gran legua a tenderse
al convento de Jabregas.
En medio está el valle hermoso
coronado de tres cuestas,
que quedara corto Apeles
cuando pintarlas quisiera,
porque miradas de lejos
parecen piñas de perlas,
que están pendientes del cielo,
en cuya grandeza inmensa
se ven diez Romas cifradas
en conventos y en iglesias,
en edificios y calles,
en solares y encomiendas,
en las letras y en las armas,
en la justicia tan recta,
y en una Misericordia,
que está honrando su ribera,
y pudiera honrar a España,
y aun enseñar a tenerla.
Y en lo que yo más alabo
de esta máquina soberbia,
es que del mismo castillo,
en distancia de seis leguas,
se ven sesenta lugares
que llega el mar a sus puertas,
uno de los cuales es
el Convento de Olivelas,
en el cual vi por mis ojos
seiscientas y treinta celdas,
y entre monjas y beatas,
pasan de mil y doscientas.
Tiene desde allí a Lisboa,
en distancia muy pequeña,
mil y ciento y treinta quintas,
que en nuestra provincia Bética
llaman cortijos, y todas
con sus huertos y alamedas.
En medio de la ciudad
hay una plaza soberbia,
que se llama del Ruzio,
grande, hermosa, y bien dispuesta,
que habrá cien años y aun más
que el mar bañaba su arena,
y agora de ella a la mar,
hay treinta mil casas hechas,
que perdiendo el mar su curso,
se tendió a partes diversas.
Tiene una calle que llaman
Rúa Nova, o calle nueva,
donde se cifra el oriente
en grandezas y riquezas,
tanto que el rey me contó
que hay un mercader en ella,
que por no poder contarlo,
mide el dinero a fanegas.
El terrero, donde tiene
Portugal su casa regia
tiene infinitos navíos,
varados siempre en la tierra,
de solo cebada y trigo,
de Francia y Ingalaterra.
Pues, el palacio real,
que el Tajo sus manos besa,
es edificio de Ulises,
que basta para grandeza,
de quien toma la ciudad
nombre en la latina lengua,
llamándose Ulisibona,
cuyas armas son la esfera,
por pedestal de las llagas,
que, en la batalla sangrienta,
al rey don Alfonso Enríquez
dio la majestad inmensa.
Tiene en su gran Tarazana
diversas naves, y entre ellas
las naves de la conquista,
tan grandes, que de la tierra
miradas, juzgan los hombres
que tocan en las estrellas.
Y lo que de esta ciudad
te cuento por excelencia,
es, que estando sus vecinos
comiendo, desde las mesas,
ven los copos del pescado
que junto a sus puertas pescan
que, bullendo entre las redes,
vienen a entrarse por ellas.
Y sobre todo el llegar
cada tarde a su ribera
más de mil barcos cargados
de mercancías diversas,
y de sustento ordinario,
pan, aceite, vino y leña,
frutas de infinita suerte,
nieve de sierra de Estrella,
que por las calles a gritos,
puesta sobre las cabezas,
la venden; mas, ¿qué me canso?
porque es contar las estrellas,
querer contar una parte
de la ciudad opulenta.
Ciento y treinta mil vecinos
tiene, gran señor, por cuenta,
y por no cansarte más,
un rey que tus manos besa.
Más estimo, don Gonzalo,
escuchar de vuestra lengua
esa relación sucinta,
que haber visto su grandeza.
¿Tenéis hijos?
Gran señor,
una hija hermosa y bella,
en cuyo rostro divino
se esmeró naturaleza.
Pues yo os la quiero casar
de mi mano.
Como sea
tu gusto, digo, señor,
que yo la acepto por ella;
pero ¿quién es el esposo?
Aunque no está en esta tierra,
es de Sevilla, y se llama
don Juan Tenorio.
Las nuevas
voy a llevar a doña Ana.
[que ilustre esposo le espera].
Id en buena hora, y volved,
Gonzalo, con la respuesta.
Vanse todos
[En la plaza de Tarragona]
Salen don Juan Tenorio y Catalinon
Esas dos yeguas prevén,
pues acomodadas son.
Aunque soy Catalinón,
soy, señor, hombre de bien,
que no se dijo por mí,
«Catalinón es el hombre,»
que sabes que aquese nombre
me asienta al revés aquí.
Mientras que los pescadores
van de regocijo y fiesta,
tú las dos yeguas apresta,
que de sus pies voladores,
solo nuestro engaño fío.
Johann Georg Pforr
¿Al fin pretendes gozar
a Tisbea?
Si el burlar
es hábito antiguo mío,
¿qué me preguntas, sabiendo
mi condición?
Ya sé que eres
castigo de las mujeres.
Por Tisbea estoy muriendo,
que es buena moza.
Buen pago
a su hospedaje deseas.
Necio, lo mismo hizo Eneas
con la reina de Cartago.
Los que fingís y engañáis
las mujeres de esa suerte,
lo pagaréis en la muerte.
¡Qué largo me lo fiáis!
Catalinón con razón
te llaman.
Tus pareceres
sigue, que en burlar mujeres
quiero ser Catalinón.
Ya viene la desdichada.
Vete, y las yeguas prevén.
Pobre mujer, harto bien
te pagamos la posada.
Vase Catalinon y sale Tisbea
El rato que sin ti estoy
estoy ajena de mí.
Por lo que finges ansí,
ningún crédito te doy.
¿Por qué?
Porque si me amaras
mi alma favorecieras.
Tuya soy.
Pues, di, ¿qué esperas?
¿O en qué, señora, reparas?
Reparo en que fue castigo
de amor el que he hallado en ti.
Si vivo, mi bien, en ti,
a cualquier cosa me obligo,
aunque yo sepa perder
en tu servicio la vida,
la diera por bien perdida,
y te prometo de ser
tu esposo.
Doy desigual
a tu ser.
Amor es rey
que iguala con justa ley
la seda con el sayal.
Casi te quiero creer,
mas sois los hombres traidores.
¿Posible es, mi bien, que ignores
mi amoroso proceder?
Hoy prendes con tus cabellos
mi alma.
Ya a ti me allano,
bajo la palabra y mano
de esposo.
Juro, ojos bellos,
que mirando me matáis,
de ser vuestro esposo.
Advierte,
mi bien, que hay Dios y que hay muerte.
¡Qué largo me lo fiáis!
Ojos bellos, mientras viva
yo vuestro esclavo seré,
ésta es mi mano y mi fe.
No seré en pagarte esquiva.
Ya en mí mismo no sosiego.
Ven, y será la cabaña
del amor que me acompaña,
tálamo de nuestro fuego.
Entre estas cañas te esconde,
hasta que tenga lugar.
¿Por dónde tengo de entrar?
Ven, y te diré por dónde.
Gloria al alma, mi bien, dais.
Esa voluntad te obligue,
y si no, Dios te castigue.
¡Qué largo me lo fiáis!
Vanse y salen Coridon, Anfriso, Belisa y Musicos.
Ea, llamad a Tisbea,
y las zagalas llamad,
para que en la soledad
el huésped la corte vea.
¡Tisbea, Lucindo, Antandra!
No vi cosa más cruel,
triste y mísero de aquél
que en su fuego es salamandra.
Antes que el baile empecemos,
a Tisbea prevengamos.
Vamos a llamarla.
Vamos.
A su cabaña lleguemos.
¿No ves que estará ocupada
con los huéspedes dichosos,
de quien hay mil envidiosos?
Siempre es Tisbea envidiada.
Cantad algo mientras viene,
porque queremos bailar.
¿Cómo podrá descansar
cuidado que celos tiene?
Cantan
«A pescar sale la niña,
tendiendo redes,
y en lugar de pececillos,
las almas prende.»
Sale Tisbea.
¡Fuego, fuego, que me quemo,
que mi cabaña se abrasa!
Repicad a fuego, amigos,
que ya dan mis ojos agua.
Mi pobre edificio queda
hecho otra Troya en las llamas,
que después que faltan Troyas,
quiere amor quemar cabañas;
mas si amor abrasa peñas,
con gran ira, fuerza extraña,
mal podrán de su rigor
reservarse humildes pajas.
¡Fuego, zagales, fuego, agua, agua!
Amor, clemencia, que se abrasa el alma.
Ay choza, vil instrumento
de mi deshonra, y mi infamia,
cueva de ladrones fiera,
que mis agravios amparas.
Rayos de ardientes estrellas
en tus cabelleras caigan,
porque abrasadas estén,
si del viento mal peinadas.
¡Ah falso huésped, que dejas
una mujer deshonrada!
Nube que del mar salió,
para anegar mis entrañas.
¡Fuego, zagales, fuego, agua, agua!
Amor, clemencia, que se abrasa el alma.
Yo soy la que hacía siempre
de los hombres burla tanta.
¡Que siempre las que hacen burla,
vienen a quedar burladas!
Engañóme el caballero
debajo de fe y palabra
de marido, y profanó
mi honestidad y mi cama.
Gozóme al fin, y yo propia
le di a su rigor las alas,
en dos yeguas que crié,
con que me burló y se escapa.
Seguidle todos, seguidle,
mas no importa que se vaya,
que en la presencia del rey
tengo de pedir venganza.
¡Fuego, zagales, fuego, agua, agua!
Amor, clemencia, que se abrasa el alma.
Vase Tisbea.
Seguid al vil caballero.
Triste del que pena y calla,
mas vive el cielo que en él
me he de vengar de esta ingrata.
Vamos tras ella nosotros,
porque va desesperada,
y podrá ser que ella vaya
buscando mayor desgracia.
Tal fin la soberbia tiene,
su locura y confianza
paró en esto.
Dentro se oye gritando Tisbea «¡Fuego, fuego!»
Al mar se arroja.
Tisbea, detente y para.
¡Fuego, zagales, fuego, agua, agua!
Amor, clemencia, que se abrasa el alma.
Fin del acto primero
О проекте
О подписке
Другие проекты