[Sala en casa de Doña Juana.]
(Salen Quintana y Doña Juana, de mujer.)
No sé a quién te comparar:
Pedro de Urdemalas eres.
Pero, ¿cuándo las mujeres
no supistes enredar?
Esto, Quintana, hasta aquí
es lo que me ha sucedido.
Doña Inés pierde el sentido
con la libertad por mí;
don Martín anda buscando
este don Gil que en su amor
y nombre es competidor;
mas con tal recato ando
huyéndole la presencia,
que, desatinado, entiende
que soy hechicero o duende.
Pierde el viejo la paciencia,
porque la tal doña Inés
ni sus ruegos obedece,
ni a don Martín apetece;
y de tal manera es
el amor que me ha cobrado,
que, como no vuelvo a vella,
desde entonces atropella
con pundonores de estado;
y como de mí no sabe,
no hay paje o criado en casa,
ni gente por ella pasa,
con quien llorando no acabe
que me busque.
Manuel Garcia y Rodriguez
Si te pierdes,
quizás te pregonará.
A los que me buscan da
por señas mis calzas verdes.
Un don Juan que la servía,
loco de ver su desdén,
para matarme también
me busca.
Señora mía,
¡ojo a la vida, que anda
en terrible tentación!
Procede con discreción,
o perderás la demanda.
Yo me libraré de todo.
Una doña Clara, que es
prima de mi doña Inés,
también me quiere de modo,
que a su madre ha persuadido,
si viva la quiere ver,
que me la dé por mujer.
Harás notable marido.
A este fin me hace buscar
casi, Quintana, a pregones,
por posadas y mesones,
sin cansarse en preguntar
por un don Gil de unas calzas
verdes, en Valladolid.
¡Señas son para Madrid
buenas! Bien tu ingenio ensalzas.
El criado que te dije
que, en partiéndote de mí,
en la Puente recibí,
también confuso se aflige;
porque desde ayer acá
no ha podido descubrirme;
ni yo ceso de reírme
de ver cuál viene y cuál va,
buscándome como aguja
por esta calle, después
de saber de doña Inés
si me esconde alguna bruja,
y como no halla noticia
de mí, afirmará por cierto
que el dicho don Juan me ha muerto.
Pondrále ante la justicia.
Bien puede ser, porque es fiel,
gran servicial, lindo humor,
y me tiene extraño amor.
¿Llámase?
Caramanchel.
Pues bien, agora ¿a qué fin
te has vuelto mujer?
Engaños
son todos nuevos y extraños
en daño de don Martín.
Esta casa alquilé ayer
con su servicio y ornato.
Aunque no saldrá barato,
no es nuevo agora el haber
en Madrid quien una casa
dé, con todo su apatusco.
El por qué la alquilas busco.
Oye, y sabrás lo que pasa.
Pared enmedio de aquí
vive doña Inés, la dama
de don Martín, que me ama.
Esta mañana la vi,
y dándome el parabién
de la nueva vecindad,
tenemos brava amistad;
porque afirma quiere bien
a un galán de quien retrato
soy vivo, y que en mi presencia
la aflige menos la ausencia
de su proceder ingrato.
Si yo su vecina soy,
podré saber lo que pasa
con don Martín en su casa;
y como tan cerca estoy,
fácilmente desharé
cuanto trazare en mi daño.
Retrato eres del engaño.
Y mi remedio seré.
En fin, vienes a tener
dos casas.
Con mi escudero
y lacayo.
¿Y el dinero?
Joyas tengo que vender
o empeñar.
¿Y si se acaban?
Doña Inés contribuirá;
que no ama quien no da.
En otros tiempos no daban.
Vuélvome pues a Vallecas,
hasta ver destas marañas
el fin.
Di de mis hazañas.
Yo apostaré que te truecas
hoy en hombre y en mujer
veinte veces.
Las que viere
que mi remedio requiere,
porque todo es menester;
mas, ¿sabes lo que he pensado
primero que allá te partas?
Que con un pliego de cartas
finjas que agora has llegado
de Valladolid en busca
de mi amante.
¿Y a qué fin?
Trae sospechas don Martín
de que quien su amor ofusca
soy yo, que en su seguimiento
desde mi patria he venido,
y soy el don Gil fingido.
Para que este pensamiento
no le asegure, será
bien fingir que yo le escribo
desde allá, y que por él vivo
como quien sin alma está.
Dirásle tú que me dejas
en un convento encerrada,
con sospechas de preñada,
y darásle muchas quejas
de mi parte; y que si sabe
mi padre de mi preñez,
malograré su vejez,
o me ha de dar muerte grave.
Con esto le desatino,
y creyendo que allá estoy,
no dirá que don Gil soy.
Voyme a poner de camino.
Y yo a escribir.
Vamos, pues:
darásme la carta escrita.
Ven, que espero una visita.
¿Visita?
De doña Inés.
(Vanse.)
Salen Doña Inés, con manto, y Don Juan.
Don Juan, donde no hay amor,
pedir celos es locura.
¿Que no hay amor?
La hermosura
del mundo tanto es mayor,
cuanto es la naturaleza
más varia en él; y así quiero
ser mudable, porque espero
tener ansí más belleza.
Si la que es más varïable,
ésa es más bella, en ti fundo
la hermosura deste mundo,
porque eres la más mudable.
¿Por un rapaz me desprecias,
antes de saber quién es?
¡Por un niño, Doña Inés!
Excusa palabras necias,
y mira, don Juan, que estoy
en casa ajena.
¡Inconstante…!
No lograrás a tu amante.
A matar tu don Gil voy.
¿A qué don Gil?
Al rapaz,
ingrata, por quien te pierdes.
Don Gil de las calzas verdes
no es quien perturba tu paz.
Así nos dé vida Dios,
que no le he visto después
de aquella tarde. Otro es
el don Gil que priva.
¿Hay dos?
Sí, don Juan, que el don Gilico,
o fingió llamarse así,
o si a vivir vino aquí
de asiento, te certifico
que de todos se burló.
El que de casa te ha echado
es un don Gil muy barbado
a quien aborrezco yo;
pero quiéreme casar
con él mi padre, y es fuerza
que por darle gusto tuerza
mi inclinación. Si a matar
estotro don Gil te atreves,
de Albornoz tiene el renombre;
y aunque dicen que es muy hombre,
como amor y ánimo lleves,
el premio a mi cuenta escribe.
¿Don Gil de Albornoz se llama?
Ansí lo dice la fama,
y en casa del Conde vive,
nuestro vecino.
¿Tan cerca?
Por tenerme cerca a mí.
¡Y qué! ¿Le aborreces?
Sí.
Pues si con su muerte merca
mi fe tu amor, el laurel
ya mi cabeza previene;
que te hago voto solene
que pueden doblar por él.
(Vase.)
[Doña Inés.]
¡Ojalá! Que desta suerte
aseguraré la vida
del don Gil por quien perdida
estoy, pues dándole muerte,
quedaré libre, y mi padre
no aumentará mi tormento
con su odioso casamiento,
por más que su hacienda cuadre
a su avaricia maldita.
Doña Juana, de mujer, sin manto;Valdivieso, escudero viejo. [Doña Inés.]
¡Oh, señora doña Inés!
¿En mi casa? El interés
estimo desta visita.
En verdad que iba yo a hacer
en este punto otro tanto.
¡Hola! ¿No hay quien quite el manto
a doña Inés?
(A ella, al oído.)
¿Qué ha de haber?
¿Qué dueñas has recibido,
o doncellas de labor?
¿Hay otra vieja de honor
más que yo?
No habrá venido
Esperancilla ni Vega.
¡Jesús, y qué de ello pasa
la que mudando de casa,
hacienda y trastos trasiega!
Quitalde vos ese manto,
Valdivieso.
(Quítale y vase.)
[Doña Juana, Doña Inés.]
Doña Elvira,
tu cara y talle me admira,
de tu donaire me espanto.
Favorécesme, aunque sea
en nombre ajeno; ya sé
que bien te parezco, en fe
del que tu gusto desea.
Seré como la ley vieja,
que tendré gracia en virtud
de la nueva.
Juventud
tienes harta: extremos deja;
que aunque no puedo negar
que te amo, porque pareces
a quien adoro, mereces
por ti sola enamorar
a un Adonis, a un Narciso,
y al sol que tus ojos viere.
Pues yo sé quien no me quiere,
aunque otros tiempos me quiso.
¡Maldígale Dios! ¿Quién es
quien se atreve a darte enojos?
Las lágrimas a los ojos
me sacaste, doña Inés.
Mudemos conversación,
que refrescas la memoria
de mi lamentable historia.
Si la comunicación
quita la melancolía
y en nuestra amistad consientes,
tu desgracia es bien me cuentes,
pues ya te dije la mía.
No, por tus ojos; que amores
ajenos cansan.
Ea, amiga…
En fin, ¿quieres te la diga?
Pues escúchame y no llores.
En Burgos, noble cabeza
de Castilla, me dio el ser
don Rodrigo de Cisneros,
y sus desgracias con él.
Nací amante (¡qué desdicha!),
pues desde la cuna amé
a un don Miguel de Ribera,
tan gentil como cruel.
Correspondió a los principios,
porque la voluntad es
cambio, que entra caudaloso,
pero no tarda en romper.
Llegó nuestro amor al punto
acostumbrado, que fue
a pagar yo de contado,
fiada en su prometer.
Dióme palabra de esposo…
¡Mal haya la simple, amén,
que no escarmienta en palabras,
cuando tantas rotas ve!
Partióse a Valladolid:
cansado debió de ser.
Estaba sin padres yo,
súpelo, fuíme tras él,
engañóme con achaques,
y ya sabes, doña Inés,
que el amor que anda achacoso,
de achaques muere también.
Dábale su casa y mesa
un primo que don Miguel
tenía, mozo y gallardo,
rico, discreto y cortés.
Llamábase éste don Gil
de Albornoz y Coronel,
de un don Martín de Guzmán
amigo, pero no fiel.
Sucedió que al don Martín
y a su padre don Andrés,
les escribió desta corte,
(tu padre pienso que fué),
pidiéndole para esposo
de una hermosa doña Inés,
que, si mal no conjeturo,
tú sin duda debes ser.
Había dado don Martín
a una doña Juana fe
y palabra de marido;
mas no osándola romper,
ofreció este casamiento
al don Gil; y el interés
de tu dote apetecible
alas le puso a los pies.
Dióle cartas de favor
el viejo, y quiso con él
partirse al punto a esta corte,
nueva imagen de Babel.
Comunicó intento y cartas
al amigo don Miguel,
mi ingrato dueño, ensalzando
la hacienda, belleza y ser
de su pretendida dama
hasta los cielos; que fue
echar fuego al apetito,
y su codicia encender.
Enamoróse de oídas
don Miguel de tí: al poder
de tu dote lo atribuye,
que ya amor es mercader;
y atropellando amistades,
obligación, deudo y fe
de don Gil, le hurtó las cartas
y el nombre, porque con él
disfrazándose, a esta corte
vino, pienso que no ha un mes.
Vendiéndose por don Gil,
te ha pedido por mujer.
Yo, que sigo como sombra
sus pasos, vine tras él,
sembrando por los caminos
quejas, que vendré a coger
colmadas de desengaños,
que es caudal del bien querer.
Sabiendo don Gil su agravio,
quiso seguirle también,
y encontrámonos los dos,
siendo fuerza que con él
caminase hasta esta corte,
habrá nueve días o diez,
donde aguardo la sentencia
de mi amor, siendo tú el Juez
Como vine con don Gil,
y la ocasión siempre fue
amiga de novedades,
(que basta, en fin, ser mujer),
la semejanza hechicera
de los dos pudo encender,
mirándose él siempre en mí,
y yo mirándome en él,
descuidos. Enamoróse
con tantas veras…
¿De quién?
De mí.
¿Don Gil de Albornoz?
Don Gil, a quien imité
en el talle y en la cara,
de suerte, que hizo un pincel
dos copias y originales
prodigiosos esta vez.
¿Uno de unas calzas verdes?
Y tan verdes como él,
que es abril de la hermosura,
y del donaire AranJuez
Bien le quieres, pues le alabas.
Quisiérale, amiga, bien,
si bien no hubiera querido
a quien mal supo querer.
Tengo esposo, aunque mudable;
soy constante, aunque mujer;
nobleza y valor me ilustran;
aliento y no celos, ten;
que despreciando a don Gil,
y viendo que don Miguel
tiene ya el sí de tu padre,
si sin ti le puede haber,
hice alquilar esta casa,
donde de cerca sabré
el fin de tantas desdichas
como en mis sucesos ves.
¿Que don Miguel de Ribera
el don Gil fingido fue,
que dueño tuyo y tu esposo
quiere que yo el sí le dé?
Esto es cierto.
¿Que el don Gil
verdadero y cierto fue
aquel de las verdes calzas?
¡Triste de mí! ¿Qué he de hacer
si te sirve, cara Elvira?
Y aun por eso no me ve;
que no le bastan dos ojos
para llorar tu desdén.
Como a don Miguel desprecies,
también yo desdeñaré
a don Gil.
¿Pues deso dudas?
Hombre que tiene mujer,
¿cómo puede ser mi esposo?
No temas eso.
Pues ven;
que a don Gil quiero escribir
en tu presencia un papel,
que llevará mi escudero,
y su muerte escrita en él.
¡Ay, Elvira de mis ojos!
Tu esclava tengo de ser.
Ya esta boba está en la trampa.
Ya soy hombre, ya mujer,
ya don Gil, ya doña Elvira.
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