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OBJETIVO PRINCIPAL

(LA FORJA DE LUKE STONE — LIBRO 1)

Jack mars

Jack Mars

Jack Mars es un ávido lector y fanático de toda la vida del género thriller. POR TODOS LOS MEDIOS NECESARIOS es el thriller de debut de Jack. A Jack le gusta saber de ti, así que no dudes en visitar www.jackmarsauthor.com para unirte a la lista de correo electrónico, recibir un libro gratis, recibir regalos gratis, conectarte en Facebook y Twitter, ¡y mantenerse en contacto!

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LIBROS POR JACK MARS

LUKE STONE THRILLER SERIES

POR TODOS LOS MEDIOS NECESARIOS (Libro #1)

SERIE PRECUELA LA FORJA DE LUKE STONE

OBJETIVO PRINCIPAL (Libro #1)

MANDO PRINCIPAL (Libro #2)

LA SERIE DE ESPÍAS DE KENT STEELE

AGENTE CERO (Libro #1)

OBJETIVO CERO (Libro #2)

CACERÍA CERO (Libro #3)

CONTENIDO

CAPÍTULO UNO

CAPÍTULO DOS

CAPÍTULO TRES

CAPÍTULO CUATRO

CAPÍTULO CINCO

CAPÍTULO SEIS

CAPÍTULO SIETE

CAPÍTULO OCHO

CAPÍTULO NUEVE

CAPÍTULO DIEZ

CAPÍTULO ONCE

CAPÍTULO DOCE

CAPÍTULO TRECE

CAPÍTULO CATORCE

CAPÍTULO QUINCE

CAPÍTULO DIECISÉIS

CAPÍTULO DIECISIETE

CAPÍTULO DIECIOCHO

CAPÍTULO DIECINUEVE

CAPÍTULO VEINTE

CAPÍTULO VEINTIUNO

CAPÍTULO VEINTIDOS

CAPÍTULO VEINTITRES

CAPÍTULO VEINTICUATRO

CAPÍTULO VEINTICINCO

CAPÍTULO VEINTISÉIS

CAPÍTULO VEINTISIETE

CAPÍTULO VEINTIOCHO

CAPÍTULO VEINTINUEVE

CAPÍTULO TREINTA

CAPÍTULO TREINTA Y UNO

CAPÍTULO TREINTA Y DOS

CAPÍTULO TREINTA Y TRES

CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

CAPÍTULO UNO

16 de marzo de 2005

14:45 Hora de Afganistán (5:15 Hora del Este)

Base Aérea de Bagram

Provincia de Paruán, Afganistán

—Luke, no tienes que hacer esto —dijo el Coronel Don Morris.

El Sargento de primera clase Luke Stone se mantuvo en calma dentro de la oficina de Don. La oficina en sí estaba dentro de una gloriosa choza Quonset de metal corrugado, no lejos de donde comenzaba la nueva pista de aterrizaje.

La base aérea era un país de las maravillas con un sonido constante: había excavadoras cavando y pavimentando, trabajadores de la construcción que martilleaban cientos de barracones de madera contrachapada, para reemplazar las tiendas de campaña donde las tropas destacadas aquí habían vivido anteriormente y, por si eso no fuera suficiente, había ataques con cohetes talibanes desde las montañas circundantes y terroristas suicidas en motocicleta que se lanzaban sobre las barreras delanteras.

Luke se encogió de hombros. Su pelo era más largo que el permitido por las directrices militares. Tenía una barba de tres días. Llevaba un traje de vuelo sin ninguna indicación de rango.

—Sólo estoy siguiendo órdenes, señor.

Don negó con la cabeza. Su pelo era negro, entremezclado entre gris y blanco. Su rostro parecía haber sido tallado en granito. De hecho, todo su cuerpo podría haberlo sido. Sus ojos azules eran profundos e intensos. El color de su cabello y las líneas en su rostro eran las únicas señales de que Don Morris había estado vivo en la Tierra durante más de cincuenta y cinco años.

Don estaba empaquetando los escasos enseres de su oficina. Uno de los fundadores legendarios de las Fuerzas Delta se retiraba del Ejército de los Estados Unidos. Había sido seleccionado para fundar y administrar una pequeña agencia de inteligencia en Washington, DC, un grupo semiautónomo dentro del FBI. Don se refería a él como unas Fuerzas Delta civiles.

—No te atrevas a llamarme señor, —dijo— y si sólo estás siguiendo órdenes, entonces sigue esta: rechaza la misión.

Luke sonrió. —Me temo que ya no eres mi oficial al mando. Tus órdenes no tienen demasiado peso ya. Señor.

Los ojos de Don se encontraron con los de Luke. Los mantuvo allí un largo rato.

—Es una trampa mortal, hijo. Dos años después de la caída de Bagdad, el esfuerzo de guerra en Irak es una cagada total. Aquí, en el país de Dios, controlamos el perímetro de esta base, el aeropuerto de Kandahar, el centro de Kabul y poco más. Amnistía Internacional, la Cruz Roja y la prensa europea, todos están armando jaleo sobre los puntos negros y las prisiones de tortura, incluso aquí mismo, a trescientos metros de donde estamos. Los jefazos sólo quieren cambiar el relato. Necesitan una victoria en mayúsculas. Y Heath quiere una pluma en su gorra. Eso es todo lo que siempre ha querido. Por nada de eso vale la pena morir.

—El Teniente Coronel Heath ha decidido dirigir la incursión personalmente, —dijo Luke. —Me informaron hace menos de una hora.

Los hombros de Don se desplomaron. Luego asintió.

—No me sorprende. —dijo—¿Sabes cómo solíamos llamar a Heath? Capitán Ahab. Se fija en algo, algo así como una ballena y la perseguirá hasta el fondo del mar. Y estará feliz de llevarse a todos sus hombres con él.

Don hizo una pausa. Suspiró.

—Escucha, Stone, no tienes nada que demostrarme; ni a mí, ni a nadie. Te has ganado un permiso. Puedes rechazar esta misión. Demonios, en un par de meses, podrías dejar el Ejército si quisieras y unirte a mí en Washington DC. Eso me gustaría.

Ahora Luke casi se rió. —Don, no todos aquí son de mediana edad. Tengo treinta y un años. No creo que un traje y una corbata y el almuerzo en mi escritorio, sea lo mío todavía.

Don sostenía una fotografía enmarcada en sus manos. Se cernía sobre una caja abierta. La miró fijamente. Luke conocía bien la foto. Era una instantánea de color descolorido de cuatro jóvenes sin camiseta, Boinas Verdes, haciendo muecas a la cámara antes de una misión en Vietnam. Don era el único de esos hombres que todavía estaba vivo.

—Tampoco es lo mío, —dijo Don.

Miró a Luke de nuevo.

—No mueras allí esta noche.

—No pienso hacerlo.

Don miró de nuevo la foto. —Nadie lo hace, —dijo.

Por un momento, miró por la ventana los picos nevados del Hindú Kush que se alzaban alrededor de ellos. Sacudió la cabeza. Su amplio pecho subía y bajaba. —Tío, voy a echar de menos este lugar.

* * *

—Caballeros, esta misión es un suicidio, —dijo el hombre al frente de la sala. —Y es por eso que envían a hombres como nosotros.

Luke se sentó en una silla plegable, en la sala de reuniones hecha de bloques de cemento; otros veintidós hombres estaban sentados en las sillas a su alrededor. Eran todos operarios de las Fuerzas Delta, lo mejor de lo mejor. Y la misión, como la había entendido Luke, era difícil, pero no necesariamente suicida.

El hombre que daba esta última sesión informativa era el Teniente Coronel Morgan Heath, un comandante tan práctico y entusiasta como el que más. Aun con cuarenta años, estaba claro que las Delta no eran el final del camino para Heath. Se había posicionado en su rango actual y sus ambiciones parecían apuntar hacia un perfil más alto. Política, tal vez un contrato para un libro, quizá una temporada en la televisión como experto militar.

Heath era guapo, estaba muy en forma y era excesivamente ​​impaciente. Eso no era inusual en un miembro de las Delta. Pero también hablaba mucho. Y eso no era típico de las Delta en absoluto.

Luke lo había visto una semana antes, concediéndole una entrevista a un reportero y a un fotógrafo de la revista Rolling Stone y adiestrando a los muchachos sobre las avanzadas capacidades de navegación y sigilo de un helicóptero MH-53J (no era necesariamente información clasificada, pero definitivamente no era el tipo de cosas que quieres compartir con todos).

Stone casi le instó a que lo hiciera. Pero no lo hizo.

No lo hizo, no porque Heath estuviera por encima de él (eso no importaba en las Delta o no debería importar), sino porque se podía imaginar de antemano la respuesta de Heath:

—¿Crees que los talibanes leen revistas de pop americanas, Sargento?

Ahora, la presentación de Heath era tecnología de última generación, comparada con los diez años anteriores, un PowerPoint sobre fondo blanco. Un joven con turbante y barba oscura apareció en la pantalla.

—Todos ustedes conocen a su hombre, —dijo Heath. —Abu Mustafa Faraj al-Jihadi nació en algún momento alrededor de 1970 entre una tribu de nómadas al este de Afganistán o en las regiones tribales del oeste de Pakistán. Probablemente no tuvo educación formal de la que hablar y su familia posiblemente cruzó la frontera como si ni siquiera hubieran estado allí. Al Qaeda corre por sus venas. Cuando los soviéticos invadieron Afganistán en 1979, según todos los informes, se unió a la resistencia como un niño soldado, posiblemente tendría como unos ocho o nueve años. Después de todo este tiempo, décadas de guerra sin descanso y, por alguna razón, todavía respira. Demonios, todavía está vivito y coleando. Creemos que es el responsable de organizar al menos una veintena de importantes ataques terroristas, incluidos los ataques suicidas del pasado octubre en Mumbai y el atentado al USS Sarasota en el puerto de Adén, en el que murieron diecisiete marineros estadounidenses.

Heath hizo una pausa para provocar efecto. Miró a todos en la habitación.

—Este tipo es una mala noticia. Cogerlo será la mejor alternativa para derribar a Osama bin Laden. ¿Queréis ser héroes? Esta es vuestra noche.

Heath hizo clic a un botón en su mano. La foto en la pantalla cambió. Ahora era una imagen dividida: a un lado del borde vertical había una toma aérea del complejo de al-Jihadi, justo a las afueras de una pequeña aldea; al otro lado había una representación tridimensional de lo que se creía que era la casa de al-Jihadi. La casa tenía dos pisos, estaba hecha de piedra, construida contra una colina empinada; Luke sabía que era posible que la parte posterior de la casa estuviera conectada a una red de túneles.

Heath inició una descripción de cómo iría la misión. Dos helicópteros, doce hombres en cada uno. Los helicópteros se instalarían en un campo, justo por fuera de las paredes del complejo, descargarían a los hombres, luego despegarían nuevamente y proporcionarían apoyo aéreo.

Los doce hombres del Equipo A, el equipo de Luke y Heath, derribarían las paredes, entrarían en la casa y asesinarían a Al-Jihadi. Si era posible, se llevarían el cuerpo en una camilla y lo devolverían a la base. Si no, lo fotografiarían para su posterior identificación. El Equipo B se quedaría a cargo de defender los muros y del acceso al complejo desde el pueblo.

Los helicópteros volverían a aterrizar y recogerían a ambos equipos. Si por alguna razón los helicópteros no pudieran aterrizar de nuevo, los dos equipos se dirigirían a una antigua base de artillería estadounidense abandonada, en una ladera rocosa a menos de medio kilómetro fuera de la aldea. La recogida se llevaría a cabo allí, o los equipos se mantendrían en la antigua base hasta que la extracción pudiera llevarse a cabo. Luke se sabía todo esto de memoria, pero no le gustaba la idea de atrincherarse en esa antigua base de artillería.

—¿Y si esa base de artillería está comprometida? —dijo.

—¿Comprometida en qué sentido? —dijo Heath.

Luke se encogió de hombros. —No lo sé, dígamelo usted. Una trampa explosiva, custodiada por francotiradores talibanes o utilizada por pastores de ovejas como un lugar para reunir su rebaño.

Alrededor de la sala, algunas personas se rieron.

—Bueno, —dijo Heath —las imágenes más recientes de nuestros satélites muestran el lugar vacío. Si hay ovejas allí arriba, entonces habrá ropa de cama agradable y mucha comida. No se preocupe, Sargento Stone, esto va a ser un ataque preciso de decapitación. Dentro y fuera, desaparecemos casi antes de que se den cuenta de que estamos allí. No vamos a necesitar la antigua base de artillería.

* * *

—Madre de Dios, Stone, —dijo Robby Martínez. —Tengo un mal presentimiento sobre esto, tío. Mira esta noche, no hay luna, el viento corre frío, aullador. Vamos a morder el polvo, seguro. Vamos a ver el infierno esta noche, lo sé.

Martínez era pequeño, delgado, de semblante afilado. No había una pizca de carne desperdiciada en su cuerpo. Cuando hacía ejercicio con pantalones cortos y sin camisa, parecía un dibujo de la anatomía humana, cada grupo de músculos cuidadosamente delineado.

Luke estaba revisando e inspeccionando su mochila y sus armas.

—Siempre tienes un mal presentimiento, Martínez, —dijo Wayne Hendricks. Estaba sentado al lado de Luke. —Por la forma en que hablas, cualquiera pensaría que nunca antes has visto un combate.

Hendricks era el mejor amigo de Luke en el ejército. Era grande y de cuerpo grueso, como los campesinos del centro-norte de Florida, donde había crecido cazando jabalíes con su padre. Le faltaba el diente delantero derecho: le dieron un puñetazo en una pelea en un bar de Jacksonville cuando tenía diecisiete años y nunca lo reemplazó. Él y Luke no tenían casi nada en común, excepto el fútbol: Luke había sido quarterback en su equipo de la universidad, Wayne había jugado como tight end. Aun así, encajaron en el mismo instante en que se vieron por primera vez en el comando 75.

Parecía que lo hacían todo juntos.

La esposa de Wayne estaba embarazada de ocho meses. La esposa de Luke, Rebecca, estaba de siete meses. Wayne tenía una niña en camino y le había pedido a Luke que fuera su padrino. Luke tenía un niño en camino y le había pedido a Wayne que fuera el padrino del niño. Una noche, mientras se emborrachaban en un bar a las afueras de Fort Bragg, Luke y Wayne se cortaron las palmas de la mano derecha con un cuchillo serrado y se dieron la mano.

Hermanos de sangre.

Martínez sacudió la cabeza. —Sabes dónde he estado, Hendricks. Y sabes lo que he visto. De todos modos, no te estaba hablando a ti.

Luke miró por el portón abierto. Martínez tenía razón, la noche era fría y ventosa. El polvo helado soplaba a través de la plataforma, cuando los helicópteros se preparaban para el despegue. Las nubes se deslizaban por el cielo, iba a ser una mala noche para volar.

De todos modos, Luke se sentía confiado. Tenían lo que necesitaban para ganar esta batalla. Los helicópteros eran MH-53J Pave Lows, los helicópteros de transporte más avanzados y potentes del arsenal de los Estados Unidos.

Tenían un moderno radar de seguimiento del terreno, lo que significaba que podían volar muy bajo. Tenían sensores infrarrojos para poder volar con mal tiempo y alcanzar una velocidad máxima de 165 kilómetros por hora. Estaban blindados con una armadura, para repeler todo lo que no fuera la artillería más pesada que pudiera tener el enemigo. Y los transportaba el 160º Regimiento de Aviación de Operaciones Especiales del Ejército de EE.UU., de nombre en clave Cazadores Nocturnos, las Fuerzas Delta de pilotos de helicópteros, (probablemente, los mejores pilotos de helicópteros del mundo).

La redada estaba programada para una noche sin luz de luna, de modo que los helicópteros pudieran acceder al área de operaciones a ras de suelo, sin ser detectados. Los helicópteros iban a utilizar el terreno montañoso y las técnicas de contorno táctico para llegar al complejo sin aparecer en el radar y alertar a cualquier persona hostil, (especialmente a los servicios militares y de inteligencia pakistaníes, que se sospechaba que cooperaban con los talibanes para ocultar el objetivo).

Con amigos como los pakistaníes...

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