Читать книгу «Una Promesa de Hermanos » онлайн полностью📖 — Моргана Райс — MyBook.
image


Darius observaba desde allí, respirando con dificultad, con la espada ensangrentada en la mano y se dio cuenta de que no podía correr hacia ningún lugar. Cuando los perfectos escuadrones de soldados se pusieron en acción, entendió que la muerte se estaba dirigiendo hacia ellos. Se mantuvo firme, al igual que Desmond y Raj, se secó el sudor de la frente y se encaró a ellos. No se echaría atrás, por nadie.

Entonces hubo otro gran grito de guerra, esta vez proveniente de detrás, y Darius echó un vistazo hacia atrás y se sorprendió gratamente al ver a todos sus aldeanos atacando, reuniéndose. Divisó a varios de sus hermanos de armas corriendo hacia delante, recogiendo espadas y escudos de los soldados del Imperio caídos, apresurándose a unirse a sus filas. Darius estaba orgulloso de ver que los aldeanos cubrían el campo de batalla como una ola, recogiendo y armándose con acero y armas, y pronto varias docenas de ellos iban armados con armas de verdad. Aquellos que no tenían acero empuñaban improvisadas armas talladas en madera, docenas de los más jóvenes, los amigos de Darius, empuñaban lanzas cortas de madera que habían afilado en punta y llevaban pequeños arcos y flechas de madera a los lados, claramente deseosos de una batalla como esta.

Todos embestían juntos, a una, cada uno de ellos luchando por sus vidas mientras se unían a Darius para enfrentarse al ejército del Imperio.

Una enorme bandera ondeaba en la distancia, una trompeta sonó y el ejército del Imperio se mobilizó. El sonido metálico de las armaduras llenaba el aire mientras centenares de soldados del Imperio marchaban hacia delante a una, bien disciplinados, un muro de hombres, hombro a hombro, manteniendo las filas a la perfección mientras se dirigían hacia la multitud de aldeanos.

Darius dirigía a sus hombres en el ataque, todos ellos claramente sin miedo a su lado, y mientras se aproximaban a las filas del Imperio, Darius gritó:

“¡LANZAS!”

Su gente lanzó sus cortas lanzas al vuelo, pasando altas por encima de la cabeza de Darius, volando a través del aire y encontrando sus objetivos a lo largo del claro. Muchas de las lanzas de madera, no suficientemente afiladas, golpeaban las armaduras y rebotaban sin provocar ningún daño. Pero una cuantas encontraron pliegues en las armaduras y dejaron sus marcas y un puñado de soldados del Imperio gritaron, cayendo en la distancia.

“¡FLECHAS!” exclamó Darius, todavía atacando, con la espada en alto, cerrando el vacío.

Varios aldeanos se detuvieron, apuntaron y soltaron una descarga de flechas de madera afiladas, docenas de ellas dibujando arcos altos en el aire, a través del claro, para sorpresa del Imperio, que claramente no había previsto una lucha- y mucho menos que los aldeanos tuvieran armas. Muchas rebotaban sin provocar daños en las armaduras, pero una cantidad suficiente hicieron diana, impactando a los soldados en la garganta y en sus articulaciones, haciendo caer a unos cuantos más.

“¡PIEDRAS!” vociferó Darius.

Varias docenas de aldeanos dieron un paso al frente y, usando sus hondas, lanzaron piedras.

Una cortina de pequeñas piedras caía como granizo por los cielos y el sonido de piedras golpeando las armaduras llenaba el aire. Unos cuantos soldados, a quienes las piedras habían golpeado en la cara, cayeron al suelo, mientras muchos otros se detenían y levantaban sus escudos o sus manos para parar el asalto.

Esto ralentizó al Imperio y añadió un elemento de incertidumbre a sus filas, pero no los detuvo. Ellos avanzaban más y más, sin romper nunca las filas, incluso con flechas, lanzas y piedras atacándoles. Simplemente alzaron sus escudos, demasiado arrogantes como para agacharse, marchando con sus brillantes alabardas de acero directas al aire, sus largas espadas de acero balanceándose en sus cinturones, haciendo un sonido metálico en la luz de la mañana. Darius observaba cómo avanzaban y sabía que era un ejército profesional el que se dirigía hacia él. Sabía que era una ola de muerte.

Se oyó un repentino ruido sordo y Darius alzó la vista y vio tres enormes zertas desmarcándose de las primeras líneas y embistiendo hacia ellos, un oficial montaba en cada uno de ellos, empuñando largas alabardas. Los zertas embestían, con furia en sus rostros, levantando olas de polvo.

Darius se preparaba mientras uno de ellos se le acercaba, el soldado se mofaba de él al levantar su alabarda arrojándosela, de repente. A Darius la velocidad lo cogió desprevenido y, en el último momento, la esquivó, librándose por poco.

Pero el aldeano de detrás suyo, un chico al que conocía de siempre, no tuvo tanta suerte. Gritó de dolor cuando la alabarda le perforó el pecho, la sangre salía a borbotones de su boca mientras caía de espaldas, mirando fijamente al cielo.

Darius, llevado por la rabia, se dio la vuelta y se encaró al zerta. Esperó y esperó, sabiendo que si no calculaba el tiempo a la perfección, sería pisoteado hasta la muerte.

En el último segundo, Darius se apartó del camino rodando sobre sí mismo en el suelo y balanceó su espada, cortando las patas del zerta desde abajo.

El zerta chilló y cayó de cabeza al suelo, su jinete salió volando y fue a parar al grupo de aldeanos.

Un aldeano salió de entre la multitud y corrió hacia delante, sujetando una piedra grande por encima de su cabeza. Al darse la vuelta, Darius se sorprendió al ver que se trataba de Loti- la llevó en alto y, a continuación, la estampó contra el casco del soldado, matándolo.

Darius escuchó el ruido de un galope y se dio la vuelta para descubrir a otro zerta que se le echaba encima. El soldado, a horcajadas encima de él, levantó su lanza y apuntó hacia él. No había tiempo para reaccionar.

Un gruñido rasgó el aire y Darius se sorprendió al ver a Dray aparecer de repente, dando un salto alto en el aire hacia delante y morder el pie del soldado justo cuando arrojaba la lanza. El soldado se tambaleó hacia delante y la lanza fue directa hacia abajo, al barro. Se tambaleó y cayó del zerta de lado y, al golpear el suelo, varios aldeanos se abalanzaron sobre él.

Darius miró a Dray, que fue corriendo a su lado, agradecido a él para siempre.

Darius oyó otro grito de guerra y, al girarse, descubrió a otro oficial del Imperio cargando hacia él, levantando su espada y dirigiéndola hacia abajo, hacia él. Darius se dio la vuelta y lo esquivó, lanzando por los aires con un golpe de espada la otra espada antes de que pudiera alcanzarle el pecho. Entonces Darius giró y propinó una patada en los pies al soldado desde abajo. Este cayó al suelo y Darius le dio una patada en la mandíbula antes de que pudiera levantarse, dejándolo fuera de combate para siempre.

Darius observó cómo Loti pasaba corriendo por su lado lanzándose de cabeza al grosor de la lucha mientras arrancaba una espada de la cintura de un soldado muerto. Dray se lanzó hacia delante para protegerla y a Darius le preocupó verla en medio de la lucha y deseaba proporcionarle seguridad.

Loc, su hermano, se le adelantó. Corrió hacia delante y agarró a Loti por detrás, haciendo que soltara la lanza.

“¡Debemos marcharnos de aquí!” dijo. “¡Este no es lugar para ti!”

“¡Este es el único lugar para mí!” insistió ella.

Sin embargo, Loc, incluso con una sola mano buena, era sorprendentemente fuerte y consiguió arrastrarla, protestando y dando patadas, lejos del grosor de la batalla. Darius le estaba más agradecido de lo que podía decir.

Darius oyó el sonido del acero a su lado y, al darse la vuelta, vio a uno de sus hermanos de armas, Kaz, luchando contra un soldado del Imperio. Mientras Kaz una vez había sido un abusón y un dolor de muelas para Darius, ahora debía admitir que estaba feliz de tener a Kaz a su lado. Él veía cómo Kaz iba de un lado para el otro con el soldado, un guerrero formidable, golpe a golpe, hasta que al final el soldado, en un movimiento inesperado, venció a Kaz y tiró la espada de su mano.

Kaz estaba allí, indefenso, con el miedo en el rostro por primera vez desde que Darius podía recordar. El soldado del Imperio, con sangre en sus ojos, dio un paso adelante para acabar con él.

De repente, se oyó un ruido metálico y el soldado se congeló y cayó de cara al suelo. Muerto.

Los dos echaron un vistazo y Darius se quedó perplejo al ver allí a Luzi, la mitad del tamaño de Kaz, sujetando una honda en su mando, vacía por haber disparado recientemente. Luzi sonrió satisfecho a Kaz.

“¿Te arrepientes ahora de haber abusado de mí?” le dijo a Kaz.

Kaz lo miró fijamente, sin habla.

Darius estaba impresionado de que Luzi, después de la manera en que Kaz lo había atormentado durante todos sus días de entrenamiento, se había acercado a salvar su vida. Esto inspiraba a Darius a luchar con más fuerza.

Darius, viendo al zerta abandonado pisoteando salvajemente a sus filas, se apresuró hacia delante, corrió a su lado y lo montó.

El zerta daba salvajes sacudidas, pero Darius resistía, sujetándose fuerte, decidido. Finalmente, lo controló y consiguió darle la vuelta y dirigirlo hacia las filas del Imperio.

Su zerta galopaba tan rápido que apenas podía controlarlo, llevándolo lejos de todos sus hombres, directo a embestir sin ayuda alguna el grosor de las filas del Imperio. El corazón de Darius latía con mucha fuerza en su pecho mientras se acercaba al muro de soldados. Parecía impenetrable desde aquí. Y aún así, no había vuelta atrás.

Darius se obligó a que su valentía lo llevara. Cargó directo hacia ellos y, mientras lo hacía, daba golpes salvajemente con su espada.

Desde esta ventajosa posición alta, Darius daba golpes con su espada a un lado y a otro, llevándose a docenas de sorprendidos soldados del Imperio, que no habían previsto que los atacara un zerta. Se abría camino entre las filas a una velocidad cegadora, separando el mar de soldados, llevado por el fragor del momento cuando, de repente, sintió un horrible dolor en el costado. Sintió como si las costillas se le hubieran partido en dos.

Darius perdió el equilibrio y salió volando por los aires. Dio un fuerte golpe en el suelo, sintiendo un dolor punzante en el costado y se dio cuenta de que le habían golpeado con la bola de metal de un mayal. Estaba tumbado en el suelo, en el mar de soldados del Imperio, lejos de su gente.

Mientras estaba allí tumbado, su cabeza resonaba y el mundo se le volvió borroso, miró a la distancia y vio que estaban rodeando a su gente. Ellos luchaban con valentía, pero estaban en clara desventaja numérica, demasiado descompensados. Estaban haciendo una carnicería con sus hombres, sus gritos llenaban el aire.

La cabeza de Darius, demasiado pesada, cayó hacia el suelo y, allí tumbado, miró hacia arriba y vio a todos los soldados del Imperio acercándose a él. Estaba allí tumbado, agotado, y sabía que su vida pronto se acabaría.

Al menos, pensó, moriría con honor.

Al menos, finalmente, era libre.