Читать книгу «Un Rito De Espadas» онлайн полностью📖 — Моргана Райс — MyBook.
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CAPÍTULO OCHO

Kendrick cabalgaba su caballo, rodeado de sus hombres, los miles de ellos se congregaron afuera de Vinesia, la gran ciudad a la que el batallón de Andrónico se había retirado. Una alta verja levadiza impedía la entrada por las puertas de la ciudad, sus muros de piedra eran gruesos y miles de los hombres de Andrónico pululaban dentro y fuera, superando por mucho el número de los soldados del ejército de Kendrick. El factor sorpresa ya no estaba de su lado.

Peor aún, apareciendo a la vista desde atrás de la ciudad, estaban los miles de hombres de Andrónico, refuerzos, inundando las llanuras. Cuando Kendrick pensó que los tenían huyendo, la situación había sido invertida rápidamente. De hecho, ahora el ejército marchaba hacia Kendrick, ordenado, disciplinado, era una gran ola de destrucción.

La única alternativa ahora era retirarse a Silesia, mantenerlos ahí temporalmente hasta que el Imperio volviera a tomarla, hasta que volvieran a hacerlos esclavos. Y eso nunca podría ser.

Kendrick nunca había sido de los que se retiraban de una confrontación, aun cuando los superaban en número, y tampoco eran de los otros guerreros valientes, del ejército de los MacGil, de Silesia, de Los Plateados. Kendrick sabía que todos lucharían con él hasta la muerte. Y mientras apretaba la sujeción de la empuñadura de su espada, sabía que eso era precisamente lo que tendría que hacer en este día.

Los hombres del Imperio soltaron un grito de guerra, y los hombres de Kendrick los recibieron con uno más fuerte que los suyos.

Mientras Kendrick y sus hombres corrieron por la ladera para enfrentarse con el ejército que se aproximaba, sabiendo que era una batalla que no podrían ganar, pero decididos a luchar de todos modos, los hombres de Andrónico tomaron velocidad y corrieron hacia ellos también. Kendrick sentía el aire volando su pelo, sentía la vibración de la empuñadura de la espada que tenía en la mano y sabía que era cuestión de tiempo para encontrarse perdido en ese gran sonido metálico, en ese gran rito de espadas conocido.

Kendrick estaba sorprendido al escuchar algo como un chirrido arriba; estiró el cuello para ver el cielo y notó algo que irrumpía a través de las nubes, que le hizo mirar dos veces. Ya lo había visto una vez – Thor apareció en la parte posterior de Mycoples – pero aun así, la imagen le hizo quedar sin aliento. Especialmente porque esta vez, Gwendolyn montaba también en la parte posterior.

El corazón de Kendrick se aceleró al verlos bajar en picado y darse cuenta de lo que iba a suceder. Él sonrió ampliamente, levantó su espada por lo alto y fue a la carga rápidamente, dándose cuenta por primera vez que en este día la victoria, después de todo, sería de ellos.

*

Thor y Gwen volaban en la parte posterior de Mycoples, entrando y saliendo de las nubes, batiendo sus grandes alas más y más rápido, como le instaba él. Presintió el peligro abajo, hacia Kendrick y los demás; bajó en picado y atravesó las nubes. Ante él se abría una vista panorámica del paisaje: en medio de las colinas del Anillo, vio la vasta extensión de la división de Andrónico, corriendo hacia los hombres de Kendrick, en las llanuras.

Thor instó a Mycoples a bajar.

"¡Baja en picado!", le susurró.

Ella bajó tan cerca del suelo que Thor casi podía bajar de un salto, después abrió su boca y arrojó fuego, el calor casi quemaba a Thor. Olas y olas de fuego rodaron a través de las llanuras, y surgieron los gritos de terror de los hombres del Imperio. Mycoples causaba una destrucción como nadie había visto antes, dejando kilómetros de campiña iluminada, y derribando a miles de los hombres de Andrónico.

Quien sobrevivía, se daba vuelta y huía. Thor dejaría a los otros para que Kendrick se encargara de ellos.

Thor se volvió hacia la ciudad y vio a miles de soldados del Imperio más adentro. Él sabía que Mycoples no podría maniobrar en un espacio tan reducido, con sus paredes empinadas y estrechas, y que sería demasiado arriesgado aterrizar allí. Thor vio a cientos de soldados apuntando al cielo con flechas y lanzas, y temía el daño que le harían a Mycoples a tan corta distancia. No le gustó en absoluto. Sintió la Espada del Destino palpitando en su mano y sabía que ésta era una batalla que tendría que luchar él mismo.

Thor dirigió a Mycoples hacia la parte delantera de la ciudad, fuera de la enorme reja de hierro.

Al estar en la superficie, él se inclinó y susurró al oído de Mycoples: "La puerta. Quémala y del resto me encargaré yo".

Mycoples se sentó allí y le graznó, agitando sus alas en actitud de desafío. Evidentemente, ella quería quedarse con Thor, luchar a su lado dentro de la ciudad. Pero Thor no le daría la oportunidad.

"Ésta es mi batalla", insistió él. "Y necesito que lleves a Gwen a un lugar seguro".

Mycoples parecía ceder. De repente, ella se inclinó de nuevo y arrojó fuego a la puerta de hierro, hasta que finalmente se derritió.

Thor se inclinó hacia Mycoples.

"¡Vamos!", le susurró. "Lleva a Gwendolyn a un lugar seguro".

Thor saltó de su espalda y al hacerlo, sintió que la Espada del Destino palpitaba en su mano.

"¡Thor!", le gritó Gwen.

Pero Thor ya estaba corriendo hacia las puertas derretidas. Escuchó que Mycoples despegaba y sabía que estaba llevando a Gwen a un lugar seguro.

Thor corrió a toda velocidad a través de las puertas abiertas y hacia el patio, justo en el corazón de la ciudad, entre los miles de hombres. La Espada del Destino vibró en la mano de Thor como un ser viviente, llevándolo como si fuera más ligero que el aire. Todo lo que tenía que hacer era aguantar.

Thor sintió que su brazo y su muñeca y su cuerpo se movían, acuchillando y atacando en todas las direcciones, la espada sonando en el aire al cortar hombres como si fueran mantequilla, matando a docenas de ellos en un solo golpe. Thor giró y causó daño en todas las direcciones. Al principio, el Imperio intentó atacarlo también; pero después de que Thor atravesara los escudos, las armaduras y otras armas como si no estuvieran allí, después de que él matara a fila tras fila de hombres, se dieron cuenta de a qué se enfrentaban: un torbellino de destrucción mágico, imparable.

La ciudad entró en caos. Los miles de soldados del Imperio se dieron vuelta y trataron de huir de la ciudad, para alejarse de Thor. Pero no había ningún lugar a dónde ir. Liderado por la Espada, Thor era demasiado rápido, como un rayo propagándose por la ciudad. Los soldados, llenos de pánico, corrieron hacia las murallas de la ciudad, hacia unos y otros, en estampida para salir.

Thor no les dejó escapar. Él corrió a través de todos los rincones de la ciudad, la Espada llevaba con él una velocidad como nadie había conocido, y cuando él pensó en Gwendolyn, y lo que Andrónico le había hecho a ella, mató a un soldado tras otro, exigiendo venganza. Era tiempo de rectificar los errores que Andrónico había causado en el Anillo.

Andrónico. Su padre. El pensamiento le quemaba como fuego. Con cada cuchillada de la Espada, Thor imaginaba matarlo, eliminando su ascendencia. Thor quería ser otra persona, provenir de otra persona. Quería un padre del cual estar orgulloso. Cualquiera, menos Andrónico. Y si mataba a bastantes de estos hombres, tal vez, sólo tal vez, podría librarse de él.

Thor luchó apabullado, girando para todos lados, hasta que finalmente se dio cuenta de que estaba dando cuchilladas a la nada. Él miró a su alrededor y vio que todos los soldados, cada uno de los miles de hombres de Andrónico, estaban en el suelo, muertos. La ciudad estaba llena de cadáveres. No había nadie más a quien matar.

Thor estaba solo en la plaza de la ciudad, respirando con dificultad, la Espada brillando en su mano, y ni un alma se movía.

Thor escuchó una ovación distante; reaccionó, salió corriendo por la puerta de la ciudad y vio a lo lejos, a los hombres de Kendrick, yendo a la carga, persiguiendo al resto del ejército, haciéndolos retroceder.

Mientras Thor salía corriendo por la puerta de la ciudad, Mycoples lo vio y descendió, esperando su regreso, Gwen estaba aún en su espalda. Thor montó al dragón, y una vez más se elevaron en el aire.

Volaron sobre el ejército de Kendrick y Thor los vio desde arriba, como hormigas debajo de él. Lo ovacionaron cantando victoria mientras volaba sobre ellos. Finalmente estaban frente al ejército de Kendrick, frente a la gran masa de hombres y caballos y polvo. Más adelante estaban los restos dispersos de las legiones de Andrónico.

"Abajo", susurró Thor.

Se zambulleron y llegaron a la parte posterior donde estaban los hombres de Andrónico, y al hacerlo, Mycoples escupió fuego, eliminando fila tras fila, la gran muralla de fuego avanzaba rápidamente. Surgieron gritos y pronto Thor aniquiló a la retaguardia entera.

Finalmente, no había nadie más a quién matar.

Ellos continuaron volando, cruzando las llanuras expansivas, Thor quería asegurarse de que no quedara nadie. A lo lejos, Thor vio la gran cordillera, las tierras altas, dividiendo el Este del Oeste. De aquí a las tierras altas y no quedaba un solo soldado del Imperio vivo. Thor estaba satisfecho.

Todo el Reino occidental del Anillo había sido liberado. Había sido suficiente matanza por un día. El sol comenzó a ponerse, y fuera lo que fuera que hubiera adelante, en el lado oriental de las tierras altas, podía quedarse allí, por ahora.

Thor dio vuelta en círculo y voló hacia Kendrick. El campo estaba debajo de él y pronto escuchó los gritos y aplausos de los hombres, mirando al cielo, vitoreando su nombre.

Descendió ante el ejército, desmontando y ayudando a Gwendolyn a bajar.

Ellos fueron recibidos por el enorme grupo, todos corriendo hacia adelante, con una gran ovación de victoria elevándose mientras los soldados presionaban de todos lados. Kendrick, Godfrey, Reece y sus otros hermanos de La Legión, Los Plateados – a todos los que Thor había conocido y querido, se abalanzaron para abrazarlo a él y a Gwendolyn.

Finalmente, todos estaban unidos. Finalmente, eran libres.

CAPÍTULO NUEVE

Andrónico irrumpió en su campamento y en un arranque de ira, estiró la mano y con sus largos dedos cortó la cabeza del joven soldado quien, para su gran desgracia, estaba parado cerca de él. Mientras marchaba, Andrónico decapitó a un soldado tras otro, hasta que finalmente sus hombres entendieron el mensaje y corrieron para mantenerse alejados de él. Debían haber imaginado que era mejor no estar cerca de él cuando estaba en un estado de ánimo como éste.

Los soldados se alejaron mientras Andrónico salía hecho una furia por su campamento de decenas de miles de hombres, todos manteniendo una sana distancia. Incluso sus generales se mantuvieron alejados y a salvo, caminando detrás de él, sabiendo que era mejor no acercarse cuando estaba así de molesto.

La derrota era una cosa. Pero una derrota como ésta – no tenía precedentes en la historia del Imperio. Andrónico nunca había experimentado una derrota antes. Su vida había sido una larga cadena de victorias, cada una más brutal y satisfactoria que la siguiente. No sabía qué se sentía ser derrotado. Ahora lo supo. Y no le gustaba.

Andrónico repitió mentalmente una y otra vez lo que había sucedido, cómo es que las cosas habían salido tan mal. Apenas ayer parecía que su victoria era completa, que el Anillo era suyo. Él había destruido la Corte del Rey y había conquistado Silesia; había subyugado a todo los MacGil y humillado a su gobernante: a Gwendolyn; él había torturado a sus soldados de mayor rango en las cruces, ya había asesinado a Kolk y había estado a punto de matar a Kendrick y a los demás. Argon se había entrometido en sus asuntos, le había arrebatado a Gwendolyn antes de que él pudiera matarla, y Andrónico había estado a punto de corregir eso, de recuperarla y ejecutarla, junto con todos los demás. Había sido un día de victoria completa y de grandeza.

Y entonces todo había cambiado, rápidamente, para empeorar. Thor y el dragón habían surgido en el horizonte como una mala aparición, había descendido como una nube y con sus grandes llamas y la Espada del Destino había conseguido acabar con divisiones enteras de soldados. Andrónico lo había presenciado todo a una distancia segura; tuvo el buen juicio de batalla de retirarse aquí, a este lado de las tierras altas, mientras sus exploradores continuaban llevándole reportes, durante todo el día, del daño que Thor y el dragón habían ocasionado. En el sur, cerca de Savaria, un batallón entero fue aniquilado; en la Corte del Rey y Silesia todo estaba igual de mal. Ahora todo el Reino Occidental del Anillo, que antes estuvo bajo su control, fue liberado. Era inconcebible.

Él se sentía ansioso al pensar en la Espada del Destino. Había ido tan lejos para alejarla del Anillo y ahora había regresado aquí y el Escudo se había activado otra vez. Eso significaba que estaba atrapado aquí con los hombres que tenía; podría irse, por supuesto, pero ya no podría conseguir más refuerzos adentro. Él estimaba que aún tenía medio millón de soldados aquí, en este lado de las montañas, más que suficiente para superar en número a los MacGil; pero contra Thor, la Espada del Destino y ese dragón, las cifras ya no importaban. Ahora las probabilidades, irónicamente, estaban en su contra. Era una posición en la que nunca había estado antes.

Como si las cosas no pudieran ponerse peor, sus espías también le habían llevado reportes de disturbios en casa, en la capital del Imperio, de que Rómulo se había confabulado para destronarlo.

Andrónico gruñó con furia mientras salía de su campamento, debatiendo sus opciones, buscando a alguien a quien culpar. Él sabía como comandante que lo más inteligente que podía hacer, tácticamente, sería retirarse y dejar el Anillo ahora, antes de que Thor y su dragón los encontraran, para salvar las fuerzas que él había dejado, abordar sus barcos y navegar de regreso hacia el Imperio en desgracia, para conservar su trono. Después de todo, el Anillo, era solamente una mancha en la enorme extensión del Imperio y todo gran comandante tenía derecho, por lo menos, a una derrota. Aún gobernaría un noventa y nueve por ciento del mundo, y sabía que debería estar más que satisfecho con eso.

Pero ése no era el estilo del gran Andrónico. Andrónico no era prudente ni conformista. Siempre había seguido sus pasiones, y aunque sabía que era arriesgado, no estaba dispuesto a abandonar este lugar, admitir la derrota, permitir que el Anillo se fuera de sus manos. Aunque tuviera que sacrificar todo su Imperio, encontraría una manera de aplastar y dominar este lugar. Sin importar lo que costara.

Andrónico no podía controlar al dragón ni a la Espada del Destino. Pero a Thorgrin… eso era un asunto diferente. Era su hijo.

Andrónico se detuvo y suspiró ante la idea. Qué ironía: su propio hijo, era el último obstáculo para su dominación del mundo. De alguna manera, parecía ser apropiado. Era inevitable. Él sabía que siempre, la gente más cercana a uno, es la que más nos lastima.

Recordó la profecía. Había sido un error, por supuesto, dejar vivo a su hijo. Era su gran error en la vida. Pero tenía un punto débil para él, aunque sabía que la profecía decía que eso podría llevarlo a su propio fin. Él había dejado vivir a Thor, y ahora había llegado el momento de pagar el precio.

Andrónico continuó irrumpiendo por el campamento, seguido por sus generales, hasta que finalmente llegó a la periferia y encontró una tienda más pequeña que los demás, una escarlata en un mar de negro y oro. Solamente había una persona que tenía la audacia de tener una tienda de color diferente, el único a quien sus hombres temían.

Rafi.

El hechicero personal de Andrónico, la criatura más siniestra que había conocido; Rafi había aconsejado a Andrónico a cada paso del camino, lo había protegido con su energía malévola, había sido más responsable por su ascenso que nadie. Andrónico odiaba dirigirse a él, reconocer lo mucho que lo necesitaba. Pero cuando se encontró con un obstáculo que no era de este mundo, una cosa de magia, siempre acudía con Rafi.

Cuando Andrónico se acercó a la tienda de campaña, dos seres malignos, altos y delgados, ocultos en mantos escarlata, con brillantes ojos amarillos que sobresalían detrás de las capuchas, lo miraron. Eran las únicas criaturas en todo este campamento que se atrevían a no hacer reverencia ante su presencia.

"Llamo a Rafi", declaró Andrónico.

Las dos criaturas, sin girar, estiraron una mano y retiraron las solapas de la tienda.

Al hacerlo, salió un horrible olor dirigiéndose a Andrónico, haciéndolo retroceder.

Hubo una larga espera. Todos los generales se detuvieron detrás de Andrónico y observaron con expectación, al igual que todo el campamento, quienes voltearon a ver. En el campamento hubo un gran silencio.

Finalmente salió de la carpa escarlata una criatura alta y delgada, del doble de alto de Andrónico, tan delgada como la rama de un olivo, vestido con una túnica escarlata muy oscura, con una cara invisible, escondido en la oscuridad de su capucha.

Rafi se quedó allí parado y observó, y Andrónico fue capaz de ver sólo sus ojos amarillos sin pestañear, mirando, incrustados en su piel demasiada pálida.

Sobrevino un silencio tenso.

Finalmente, Andrónico dio un paso adelante.

"Quiero que Thorgrin muera", dijo Andrónico.

Tras un largo silencio, Rafi rió entre dientes. Era un sonido profundo y molesto.

"Padres e hijos", dijo. "Siempre es lo mismo".

Andrónico ardía por dentro, impaciente.

"¿Me puedes ayudar?", dijo presionando.

Rafi se quedó allí parado, en silencio, demasiado tiempo, tanto, que Andrónico consideró matarlo. Pero él sabía que eso sería frívolo. Una vez, lleno de rabia, Andrónico había intentado apuñalarlo impetuosamente, y en el aire, la espada se había derretido en su mano. La empuñadura también había quemado su mano; le había tomado meses recuperarse del dolor.

Así que Andrónico se quedó parado, apretando los dientes y soportando el silencio.

Por último, debajo de la capucha, Rafi ronroneó.

"Las energías que rodean al muchacho son muy fuertes", dijo Rafi lentamente. "Pero todo el mundo tiene una debilidad. Él ha sido elevado con la magia. También puede descender con la magia".

Andrónico, intrigado, dio un paso adelante.

"¿De qué magia hablas?".

Rafi hizo una pausa.

"De un tipo que nunca has conocido", respondió. "Es una clase reservada sólo para un ser como Thor. Él es tu problema, pero es más que eso. Es incluso más poderoso que tú. Si vive para ver el día".

Andrónico enfureció.

"Dime cómo atraparlo", exigió.

Rafi meneó la cabeza.

"Ésa fue siempre tu debilidad", dijo. "Eliges atraparlo, no matarlo".

"Primero lo atraparé", contestó Andrónico. "Luego lo mataré. ¿Hay alguna manera de hacerlo o no?".

Hubo otro largo silencio.

"Hay una manera de despojarlo de su poder, sí", dijo Rafi. "Sin su preciosa espada y sin su dragón, será como cualquier otro muchacho".

"Enséñame", exigió Andrónico.

Hubo un largo silencio.

"Tiene un costo", respondió Rafi, finalmente.

"Lo que sea", dijo Andrónico. "Te daré lo que sea"

Hubo una risita sofocada larga y sombría.

"Creo que algún día llegarás a lamentarlo", respondió Rafi. "Mucho, mucho".

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