Читать книгу «Sabor al amor prohibido. Crónicas del Siglo de Oro» онлайн полностью📖 — Marina Armenteiro — MyBook.
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Capítulo 5

Por fortuna aquel día, por el bullicio que había cerca de la Catedral, nadie prestó atención a la conversación entre Marisol y Rodrigo, por eso al día siguiente nadie le dijo nada a la chica. Los ensayos continuaban, pero desde aquel momento Marisol tan sólo esperaba una única cosa – a que se fuera a la Catedral para lograr ver a Rodrigo.

Al cabo de dos días fue anunciado otro ensayo común. Marisol estaba muy agitada. Cuando vio al muchacho otra vez, entre otros jóvenes, se puso radiante de la alegría. Él se dio cuenta de su mirada y le sonrió, saludándola con la cabeza. Y Marisol se fijó que una de las muchachas los observó mientras intercambiaban sus miradas.

A partir de entonces, la chica y el muchacho empezaron a verse; cada vez después del ensayo, Rodrigo la esperaba cerca de su coche para cruzar alguna palabra con ella, y aunque no conversaban de nada, en sus ojos Marisol leía todo lo que el muchacho realmente quería decirle, y sin embargo nunca le oía hacerle cumplidos o decir que estaba enamorado.

La chica se sentía un poco preocupada, sospechaba cual era la razón pero tenía miedo de reconocérselo a si misma.

Una vez, al día siguiente después de una de sus charlas con Rodrigo, la preceptora del coro se acercó a la chica, la arrimó a su saya y le dijo:

– Escúchame, por favor, María Soledad, me he fijado que conversabas algunas veces con Rodrigo Pontevedra. Por supuesto nadie les prohibe hablar con los muchachos del coro, aunque no siempre sea decente.No estaría en contra si Rodrigo fuera un cantante habitual. A veces nuestras chicas se enamoran de algunos muchachos del coro y se casan, pero ten en cuenta que este jóven pronto se hará cura, eso quiere decir que no puede enamorarse, casarse y tener familia, por eso quiero advertirte.

– Gracias, Doña Dolóres, – le contestó Marisol con la voz baja. – La he comprendido a usted.

La preceptora hizo un movimiento con la cabeza, le puso la mano a la chica por el hombro y se apartó.

Marisol se sintió como si hubieran vertido sobre ella una cántara del agua fría. El mundo de alrededor se oscureció. Una gran pesadez, de súbito, cayó sobre sus hombros, y se le picaron los ojos, brotando lágrimas.

La chica se puso sombría y le pidió a la preceptora que la dejara volver a casa, explicándole que no se sentía bien; entonces ella lanzando antes un suspiro la dejó retirarse.

Al volver a casa, Marisol se encerró en su habitación, se echó en la cama y rompió a llorar. La criada, varias veces, llamaba a su puerta, pero la chica pedía que la dejaran en paz. Al cesar de llorar se quedó como en un estupor, muy abotargada y atontada, y en aquel estado, hecha polvo, la encontró Doña Encarnación

– ¿Qué te ha pasado, mi querida hija? – le preguntó, muy preocupada – volviste tan temprano de la Catedral …. La criada dice que has estado llorando todo este tiempo, dime ¿quién te hizo daño?..

Marisol abrazó a su madre y volvió a sollozar, y con voz entrecortada le relató todo lo que le había sucedido.

– ¡Ahora ya lo comprendo! – dijo Doña Encarnación, suspirando dolorosamente. – Me había dado cuenta de que estás enamorada. Te enamoraste de un clérigo. ¡Qué pena, mi niña! – y la mujer también rompió a llorar.

Las dos se quedaron calladas un rato.

– Tienes que olvidarlo, mi hija – dijo por fin, Doña Encarnación – si no, vas a sufrir toda la vida, aún eres muy joven.. ¡qué pena que tu primer amor tan pronto se convirtiera en un dolor para ti! …, pero no lo tomes así, mi niña, tienes toda la vida por delante, creo que volverás a enamorarte más de una vez; en fin encontrarás a un hombre bueno y decente, te casarás y tendrás una buena familia.

Marisol se acordó de Enrique y de su promesa de pedir su mano despuès de haber cumplido con su servicio militar al Rey.

– Claro mamá, tienes razón – dijo la chica en voz baja – intentaré olvidarlo, sacar a este muchacho de mi cabeza.

– Así es, es justo eso, mi hijita, ya verás, se te pasará pronto – dijo Doña Encarnación cariñosamente.

Marisol suspiró decidiendo hacer caso a lo que le había dicho su madre.

Sin embargo al día siguiente, en la Catedral, de nuevo había un ensayo común del coro y Marisol volvió a ver a Rodrigo. Procuraba no mirarlo, pero los sentimientos se apoderaron de la chica, como antes, exactamente igual que antes. Se daba cuenta de cuánto quería a aquel muchacho.

Terminado el ensayo, éste, como si nada, la estaba esperando cerca de su coche.

– ¿Qué le pasa, Marisol, por qué parece usted tan triste? – le preguntó a la chica, muy preocupado – ¿sucedió algo en su casa?..

– En mi casa todo está bien, – le contestó con voz abatida – pero usted pronto se hará cura, y todo terminará.

Entonces el muchacho se puso sombrío.

– Usted tiene razón, – dijo Rodrigo, – debo servir a Dios. Eso significa que no puedo casarme y crear una familia, pero, de verdad – el muchacho miró alrededor y bajó su voz – cuando la ví a usted, lamenté mi decisión y ahora daría mucho para volver a ser un hombre normal y común, para poder estar con usted, pero ya no puedo cambiar nada.

Se paró en seco y volvió su rostro de la chica.

– Perdóneme, Marisol – le dijo con voz apagada. Y luego de pronto, la agarró de la mano y le dio un beso.

De súbito, Marisol notó que alguien los miraba. Era el preceptor del coro masculino y unas mujeres de su grupo.

– Adios, – le dijo la chica a Rodrigo con lágrimas en sus ojos, deshaciéndose de su mano. Y saltó al coche. Este se puso en marcha por el pavimento de canto rodado, mientras las lágrimas seguían ahogando a la muchacha.

Marisol nunca más volvió a ver Rodrigo en la Catedral de San Pablo. El preceptor del coro y el padre se enteraron de sus citas, y por eso al muchacho le retiraron del coro. Hacía sus estudios en el seminario conciliar de Madrid, y tuvo que concentrarse en esto, preparándose para ser clérigo y servir a Dios.

Capítulo 6

A pesar de todo Marisol siguió cantando en el coro de la Catedral. Poco a poco el dolor de su alma iba calmándose, ya que la música la distraía. Pasaron meses, y con el principio del verano cuando la chica ya había cumplido quince años, Doña Encarnación la volvió a enviar a su finca, a Andalucía.

Sin embargo ahora se iba sin compañía de su amiga Elena. Marisol tenía ganas de quedarse sola. Le gustaba soñar, crear fantasías en donde se veía junto a Rodrigo. A veces estaba ansiosa y deseaba que sucediera un milagro y que entonces pudiera unirse a él; no obstante luego volvía a la realidad persuadiéndose a sí misma que lo que imaginaba, era imposible. Los curas católicos aceptaban el voto de celibato para toda la vida y con esto tenía que resignarse mientras se acordaba de Enrique, pensando que a su lado podría olvidarse de sus sentimientos hacia el cantante.

Mientras tanto Enrique había sido mandado a otra provincia y por eso no pudo visitarla.

Marisol se acordaba de su promesa y esperaba que al cabo de un año, al cumplir su servicio al rey, el muchacho volvería a Madrid e iría a su casa para pedir su mano. Y con esto se consoló.

Al cabo de unas semanas llegó a la finca toda la familia: Doña Encarnación, Isabel, hermana menor de Marisol y Jorge Miguel, su hermano menor que acababa de cumplir nueve años y estaba preparándose para ingresar en la escuela para los caballeros jóvenes en la corte. Pronto apareció también Roberto, hijo mayor de Doña Encarnación, a quien le habían concedido unas pequeñas vacaciones por su fiel servicio.

Roberto era uno de los mejores caballeros de Su Majestad y el hombre de confianza del mismo regente.

La presencia de los familiares distraía a Marisol de su soledad. La familia recibía a huéspedes y también iba de visitas. A pesar de todo eso, la chica prefería pasar tiempo en el jardín, donde le gustaba pasear, descansar y soñar. Y a veces se apartaba a un rincóncito pintoresco para escribir algo o tocar el laúd.

Otro verano voló, y ya era tiempo para volver a Madrid. Marisol regresó a sus ensayos en el coro de la Catedral. Ya cantaba con otros participantes en los oficios. Logró hacer amistad con algunas chicas de su grupo y así se entretenía y se sentía bien. En la casa se sentía aburrida ya que su hermana Isabel había vuelto al monasterio para continuar sus estudios, y Jorge Miguel ya vivía en la corte con otros chicos de la escuela para futuros caballeros. A la chica no le gustaba su austera casa de Madrid, allí se sentía incómoda y extrañaba su querida finca de Andalucía.

Marisol seguía visitando también a su amiga Elena, pero sus encuentros poco a poco iban siendo más raros y escasos, pues las chicas ya tenían intereses y aficiones diferentes.

Elena estaba loca por bailar y no dejaba de visitar tertulias y acogidas que se celebraban en las casas más prestigiosas de la ciudad. Le gustaba la vida laica. La muchacha era muy atractiva y comunicativa, así que por ello tenía éxito en los altos círculos de Madrid. Siempre era el centro de atención, atrayendo todas las miradas y aceptando galanteos de los mejores caballeros; le gustaba saber de intrigas e incluso por ello la conocían en la corte.

Marisol en cambio intentaba evitar todo eso, ya que siempre se aburría en aquellas fiestas y acogidas. A veces visitaba bailes, pero no tenía ganas de conocer a alguien o buscar aventuras. Nadie en el mundo podría compararse con Rodrigo, salvo Enrique, pero este se encontraba lejos. Le gustaba la privacidad, y tan sólo a veces, cantaba para sus familiares y huéspedes en su casa.

Doña Encarnación estaba preocupada por su hija, al pensar que un día podría retirarse a un monasterio. Sin embargo la vida eclesiástica no atraía mucho a la chica, aunque los domingos regularmente iba a misas, confesaba y comulgaba; esto no lo hacía por la llamada de su corazón, sino porque así era de costumbre.

En donde tenía puesto el corazón su hija, Doña Encarnación no tenía ni idea, ella no era parecida a las demás chicas de su edad. No obstante, la señora sospechaba que seguía suspirando por aquel cantante del coro, de quien se había enamorado hacía un año, pero Marisol de ninguna manera revelaba sus sentimientos. Tras vivir aquella triste historia la muchacha se hizo muy introvertida, solía aislarse de todos, se mostraba cerrada hablando poco, y salía de casa solamente cuando tenía alguna necesidad, portándose así como lo requerían las reglas de la urbanidad.

Uno de los parientes lejanos de la familia, primo segundo de Marisol – se llamaba José María López – la vio una vez en un baile y empezó a mostrarle atención, intentando relacionarse más estrechamente con ella. Su familia procedía de un abolengo noble pero empobrecido; quizás pensando en mejorar su situación económica, y a llegar a ser otro miembro más de la familia Echevería de la Fuente.

Sin embargo la chica ni siquiera quería hacer oídos de aquel hombre, no quería escucharle, ni prestarle la más mínima atención. Le pareció muy antipático y no le gustaba. Doña Encarnación no insistía, pues prefería que su hija buscara a su novio con sus propias fuerzas.

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