A dondequiera que volteara, veía los pedazos rotos de su vida. Había sido forzada a encarar su último fallo: su incapacidad para encontrar a la hija que le había sido robada.
Keri secó con aspereza las lágrimas de sus ojos y se reprendió a sí misma en silencio.
Okey, le has fallado a tu hija. No le falles a Ashley también. ¡Ánimo, Keri!
Ahí mismo en el cobertizo, encendió el teléfono de Ashley, y tecleó la palabra “Miel”. La contraseña funcionó. Al menos Denton fue honesto en una cosa..
Pulsó Fotos. Había cientos de fotografías, la mayoría de ellas las del tipo acostumbrado: adorables pequeños selfies de Ashley con amigos en la escuela, ella y Denton Rivers juntos, una pocas fotos de Mia. Pero regadas por doquier, la sorprendió ver otras fotos, más extremas.
Varias habían sido tomadas en un bar vacío o alguna especie de club, claramente antes o después de su horario de atención, con Ashley y sus amigos visiblemente embriagados en modo de fiesta salvaje, disparándole a las cervezas, levantando sus faldas y mostrando sus tangas. En algunas había yerba en pipas o en pitillo.Había un tiradero de botellas.
¿Qué sabía Ashley que tenía acceso a un lugar como ese? ¿Cuando estaba sucediendo? ¿Cuándo Stafford estaba en Washington? ¿Cómo es que su madre no tenía ninguna pista de esto?
Fueron las fotos con el arma las que realmente capturaron la atención de Keri. De repente estaba al fondo, sobre una mesa, una 9mm SIG, casi invisible, próxima a un paquete de cigarrillos, o encima de un sofá, junto a una bolsa de patatas fritas. En una imagen, Ashley estaba afuera, en algún lugar del bosque, cerca del río, disparándole a unas latas de Coca Cola.
¿Por qué? ¿Era solo por diversión? ¿Estaba aprendiendo a protegerse a sí misma? ¿Si eso era así, entonces para qué?
Interesante era que las fotos de Denton Rivers habían ido disminuyendo considerablemente en los últimos tres meses, paralelamente a otras nuevas de un chico con un impactante atractivo y con una larga, salvaje melena de abundante cabello rubio. En muchas de esas fotografías, este último estaba sin camisa, mostrando sus bien definidos abdominales. Parecía muy orgulloso de ellos. Una cosa era cierta: definitivamente él no era un chico de la secundaria. Se veía como de poco más de veinte.
¿Era él quien tenía acceso al bar?
Ashley había tomado un buen número de fotos eróticas de sí misma. En algunas, ella estaba mostrando su ropa íntima . En otras, mostraba su ropa íntima. En varias, estaba desnuda, excepto por una tanga, en más de una tocándose de manera sugestiva. Las fotos nunca mostraban su rostro pero se trataba definitivamente de Ashley. Keri reconoció su dormitorio. En una imagen podía ver la biblioteca al fondo con el viejo texto de matemáticas que ocultaba su falsa identificación. En otra podía ver el peluche de Ashley al fondo, descansando sobre su almohada pero con su cabeza volteada como si no soportara observar. Keri sintió ganas de vomitar pero se contuvo.
Regresó al menú principal del teléfono y pulsó Mensajes para ver los mensajes de la chica. Las fotos eróticas de Fotos habían sido enviadas una por una a alguien llamado Walker, aparentemente el tipo de los abdominales. Los mensajes que las acompañaban dejaban poco a la imaginación. A pesar de la conexión especial de Mia Penn con su hija, estaba empezando a parecer que Stafford Penn comprendía a Ashley mucho mejor que la madre.
Había también un texto para Walker de hacía cuatro días que decía, Formalmente eché a Denton a patadas a la calle. Espero drama. Te haré saber.
Keri apagó el teléfono y se sentó en la oscuridad del cobertizo, pensando. Cerró sus ojos y dejó que su mente vagara. Una escena se formó en su mente, una tan real como que ella misma podía haber estado allí.
Era una mañana agradable, soleada, de un domingo septembrino, plena con el infinito de un cielo azul californiano. Estaban en el campo de juegos, ella y Evie. Stephen regresaba esa tarde de una excursión a pie por Joshua Tree. Evie vestía una camiseta color púrpura, pantalones cortos de color blanco, medias blancas con lazos, y zapatos de tenis.
Tenía una amplia sonrisa. Sus ojos eran verdes. Su cabello era rubio y ondulado, agarrado en colitas. Su incisivo superior estaba partido, era un diente definitivo, no de leche, así que necesitaría que se lo arreglaran en algún momento. Pero cada vez que Keri sacaba el tema, Evie entraba en pánico, así que aún no la había llevado.
Keri se sentó en el césped, con los pies descalzos, y los papeles regados en torno a ella. Estaba preparando sus notas para una intervención que haría a la mañana siguiente en la Conferencia de Criminología de California. Contaba incluso con un conferencista invitado, un detective del Departamento de Policía de Los Ángeles llamado Raymond Sands a quien ella había consultado en unos pocos casos.
—Mami, ¡vayamos a por algo de yogurt congelado!”
Keri consultó su reloj.
Casi había acabado y había un local de Menchie camino a casa. —Dame cinco minutos.
—¿Eso significa que sí?
Ella sonrió.
—Eso significa un gran, gran sí.
—¿Puedo pedir las lluvias o solo cubierta de frutas?
—Deja que lo ponga de esta forma: ¿cómo riegas el polvo de hadas?
—¿Cómo?
—¡Como lluvia! ¿Entiendes?
—Por supuesto que lo entiendo, mami. ¡Yo ya no soy pequeña!”
—Por supuesto que no. Mis disculpas. Solo dame cinco minutos.
Volvió a concentrarse en su discurso. Un minuto después, alguien pasó junto a ella, cubriendo por un instante con su sombra las páginas. Contrariada por la distracción, intentó volver a concentrarse.
De repente, la quietud fue rota por un grito que helaba la sangre. Keri levantó la vista, sorprendida. Un hombre con un rompevientos y una gorra de béisbol huía rápidamente. Ella solo podía ver su espalda pero podía afirmar que llevaba algo en brazos.
Keri se puso de pie, buscando desesperadamente con la mirada a Evie. No se veía por ningún lado. Keri empezó a correr detrás del hombre incluso antes de estar segura. Un segundo después, la cabeza de Evie asomó por un costado del cuerpo del hombre. Se veía aterrada.
—¡Mami! —gritaba— ¡Mami!
Keri los persiguió, ahora a toda carrera. El hombre llevaba ventaja. Para el momento en que Keri había cubierto la mitad del césped, ya él estaba en el estacionamiento.
—¡Evie! ¡Déjala! ¡Alto! ¡Que alguien detenga a ese hombre! ¡Tiene a mi hija!
La gente miraba pero la mayoría parecía confundida. Nadie se levantó a ayudar. Y ella no veía a nadie en el estacionamiento que lo detuviera. Vio a dónde se dirigía. Había una van blanca al otro extremo del lote, estacionada en paralelo cerca del borde de la acera para facilitar la salida. Él estaba a menos de quince metros cuando de nuevo escuchó la voz de Evie.
—¡Por favor, mami, ayúdame! —suplicó.
—¡Aquí voy, bebé!
Keri corrió más duro, con la vista nublada por las lágrimas ardientes, sobreponiéndose a la fatiga y el miedo. Ya estaba en el borde del estacionamiento. No le importaban los minúsculos fragmentos de asfalto que se iban enterrando en sus pies desnudos.
—¡Ese hombre tiene a mi hija! —gritó de nuevo, apuntando en esa dirección.
Un adolescente de camiseta y su novia salieron de su auto, a unos pocos paso de la van. El hombre pasó corriendo justo al lado de ellos. Se veían desconcertados hasta que Keri gritó de nuevo.
—¡Deténganlo!
El chico comenzó a caminar hacia el hombre, y luego empezó a correr. Para entonces el hombre había llegado a la van. Deslizó la puerta del costado y lanzó a Evie hacia el interior como si fuera un saco de patatas. Keri escuchó el golpe sordo cuando el cuerpo golpeó contra algo sólido.
Cerró la puerta violentamente y enseguida corrió alrededor del vehículo para llegar al lado del conductor, pero el adolescente le alcanzó y le agarró por un hombro. El hombre giró en redondo y Keri tuvo la mejor visión posible de su aspecto. Tenía puestas unas gafas de sol, la gorra con la visera baja y era difícil verle a través de las lágrimas. Pero pudo entrever un cabello rubio y lo que lucía como parte de un tatuaje, en el lado derecho del cuello.
Pero antes de que pudiera captar algo más, el hombre recogió su brazo y le soltó un golpe al adolescente en el rostro, haciendo que el cuerpo de este tropezara con un auto cercano. Keri escuchó un doloroso crujido. Vio entonces al hombre sacar un cuchillo de la funda que llevaba al cinto, y hundirlo en el pecho del adolescente. Lo sacó a continuación y aguardó un segundo mientras veía como el chico caía al suelo; corrió entonces al asiento del conductor.
Keri se forzó a sacar de su cabeza lo que acababa de ver y no se concentró en otra cosa que no fuera llegar hasta la van. Escuchó el encendido del motor y vio que comenzaba a arrancar. Ella estaba a menos de seis metros.
Pero ya el vehículo estaba acelerando. Keri siguió corriendo pero sentía que su cuerpo empezaba a rendirse. Miró la matrícula para memorizarla. No había ninguna.
Buscó sus llaves, cayendo en cuenta que estaban en su cartera, allá en el campo de juegos. Corrió de regreso adonde estaba el adolescente, con la esperanza de tomar las de él y su auto. Pero cuando llegó hasta el chico, vio a su novia arrodillada junto a él, llorando desconsolada.
Levantó la vista de nuevo. La van ya estaba lejos, dejando atrás un rastro de polvo. Ella no tenía matrícula, ninguna descripción que dar, nada que ofrecer a la policía. Su hija se había ido y ella no sabía cómo hacer para que regresara.
Keri se dejó caer al suelo junto a la chica adolescente y comenzó a llorar a su vez , sin que pudieran distinguirse los gemidos de desesperación de una y de otra.
Cuando abrió sus ojos estaba de nuevo en la casa de Denton. Ella no recordaba haber salido del cobertizo ni haber caminado por el césped reseco. Pero de alguna manera había llegado a la cocina de Rivers. Con esta eran dos en un día.
Se estaba poniendo peor.
Entró de nuevo en la sala, miró a Denton a los ojos, y dijo:
—¿Dónde está Ashley?
—No lo sé.
—¿Por qué estás en posesión de su teléfono?
—Ella lo dejó aquí ayer.
—¡Basura! Ella rompió contigo hace cuatro días. No estaba aquí ayer.
El rostro de Denton acusó de lleno el golpe verbal.
—Okey, se lo quité.
—¿Cuándo?
—Esta tarde, en la escuela.
—¿Solo se lo arrebataste de la mano?
—No, tropecé con ella después de la última campanada y se lo saqué de su bolso.
—¿Quién es el propietario de la van negra?
—No lo sé.
—¿Un amigo tuyo?
—No.
—¿Alguien que contrataste?
—No.
—¿Cómo te produjiste esos rasguños en tu brazo?
—No lo sé.
—¿Cómo conseguiste ese chichón en tu cabeza?
—No lo sé.
—¿De quién es la sangre que está sobre la alfombra?
—No lo sé.
Keri se remeció y trató de refrenar la furia que crecía en su sangre. Podía sentir que estaba perdiendo la batalla.
Miró a través de él y dijo, sin emoción:
—Voy a preguntarte una vez más: ¿dónde está Ashley Penn?
—Vete al carajo.
—Esa es la respuesta incorrecta. Piensa en ello de camino a la estación.
Le dio la espalda, vaciló por un instante, y entonces, repentinamente, giró y lo golpeó con el puño duro y cerrado, con cada gramo de frustración en su cuerpo. Le dio de lleno en la sien, en el mismo punto de la herida anterior. Esta se abrió y salpicó de sangre todo, incluyendo la blusa de Keri.
Ray la contempló incrédulo, paralizado. Entonces puso de pie a Denton Rivers de un solo tirón y dijo:
—¡Escucha a la dama! ¡Muévete! Y no tropieces y golpees tu cabeza con otra mesa de café.
Keri le dedicó una sonrisa agridulce pero Ray no se la devolvió. Se veía horrorizado.
Algo como esto podía costarle a ella su trabajo.
A ella no le importaba, sin embargo. Todo lo que le importaba ahora mismo era hacer que este pequeño vago hablara.
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