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CAPÍTULO OCHO

Una vez que quedaron solos en la sala de conferencias, Avery y Dylan se sentaron uno frente al otro en absoluto silencio por unos momentos. Ninguno de los dos se movía. Él tenía la cabeza gacha. Una mueca se dibujó en su rostro y parecía estar meditando sobre algo. Por primera vez, Avery sintió compasión por él.

"Sé cómo se siente," empezó a decir.

Dylan se puso de pie tan rápida y rígidamente que su silla se deslizó y dio contra la pared.

"No creas que esto cambia nada," dijo. "Tú y yo no nos parecemos en nada."

Aunque su amenazante lenguaje corporal emanaba ira y distancia, sus ojos decía algo diferente. Avery estaba segura que él estaba a punto de tener una crisis nerviosa. Algo que el capitán había dicho lo había afectado, de la misma manera en que la había afectado a ella. Los dos estaban dañados, solitarios. Solos.

"Mira," ofreció ella, "Sólo pensé."

Dylan le dio la espalda y abrió la puerta. Su perfil al salir de la habitación confirmó sus miedos: había lágrimas en sus ojos inyectados en sangre.

"Maldición," susurró.

Las noches eran lo peor para Avery. Ya no tenía un grupo fijo de amigos, ningún pasatiempo además de su trabajo, y estaba tan cansada que no se imaginaba haciendo nada más. Sola en la gran mesa de color claro, dejó caer su cabeza y temió lo que vendría a continuación.

La salida de la oficina fue igual que todos los días, sólo que había algo distinto en el aire, y muchos policías estaban más envalentonados por su primera plana.

"Oye, Black," dijo alguien señalando a la foto de portada. "Linda cara."

Otro oficial golpeó los dedos sobre la imagen de Howard Randall.

"Esta historia dice que ustedes eran muy cercano, Black. ¿Te gusta la gerontofilia? ¿Sabes lo que significa eso? Significa tirarse a los viejos."

"Ustedes son graciosísimos." Sonrió e hizo un gesto como si sus dedos fuesen pistolas.

"Vete a la mierda, Black."

* * *

Un BMW blanco estaba aparcado en la cochera; cinco años de antigüedad, sucio y gastado. Avery lo había comprado en la cúspide de su éxito como abogada defensora.

¿Qué estabas pensando?, pensó. ¿Por qué alguien compraría un auto blanco?

Éxito, recordó. El BMW blanco había sido brillante y ostentoso, y ella quería que todos supieran que era la mejor. Ahora, era un recordatorio de su vida fallida.

El apartamento de Avery se encontraba en la calle Bolton, en la zona sur de Boston. Tenía un pequeño apartamento de dos habitaciones en el segundo piso de un edificio de dos pisos. El lugar había sido un descenso desde su antiguo penthouse en un piso alto, pero era espacioso y limpio, con una linda terraza donde podía sentarse y relajarse luego de un duro día de trabajo.

La sala de estar era un espacio abierto con alfombras desgastadas de color marrón. La cocina estaba a la derecha de la puerta principal, y separada del resto de la habitación mediante dos grandes islas. No había plantas ni animales. Una exposición desde el norte aseguraba que el apartamento estuviese habitualmente oscuro. Avery tiró sus llaves sobre la mesa y se desprendió del resto de sus pertenencias: arma, arnés de hombro, walkie-talkie, placa, cinturón, teléfono, y billetera. De desvistió de camino a la ducha.

Luego de un largo baño de inmersión para procesar los eventos del día, se puso una bata, tomó una cerveza del refrigerador, luego su teléfono, y se dirigió a la terraza.

Casi veinte llamadas perdidas aparecieron en su celular, junto con diez nuevos mensajes. La mayoría eran de Connelly y O'Malley. Había muchos gritos.

A veces Avery era tan resuelta y determinada que se negaba a atender a nadie que no fuese esencial para su tarea, especialmente cuando las piezas no habían sido colocadas en su sitio aún; hoy había sido uno de esos días.

Se desplazó hacia abajo hasta los últimos números marcados, y todas las personas que la habían llamado en el último mes. Ni una de esas llamadas era de su hija, o de su ex-marido.

De repente, los extrañó a ambos.

Marcó los números.

El teléfono sonó.

Un mensaje contestó: "Hola, habla Rose. No puedo atender tu llamada en este momento, pero si dejas un mensaje, tu nombre y número, te responderé en cuanto pueda. Muchas gracias." Bip.

Avery colgó.

Entretuvo la idea de llamar a Jack, su ex. Era un buen hombre, su novio de la universidad con un corazón de oro: una persona realmente decente. Habían tenido un acalorado romance cuando ella tenía dieciocho años, y ella, con su ego enfermiza persiguiendo su trabajo soñado, había arruinado todo.

Durante años había culpado a otros por su separación, y por la ruptura con su hija: a Howard Randall por sus mentiras, a su antiguo jefe, al dinero, al poder, y a todas esas personas que tenía que entretener y seducir constantemente para mantenerse un paso adelante de la verdad: Poco a poco, sus clientes se volvían menos confiables, y ella igualmente quería seguir, ignorar la verdad, manipular a la justicia de una u otra manera, simplemente para ganar. Sólo un caso más, a menudo se decía a sí misma. La próxima vez, defenderé a alguien realmente inocente y limpiaré mi nombre.

Howard Randall había sido ese caso.

Soy inocente, había gemido en la primera reunión. Estas estudiantes son mi vida. ¿Por qué las lastimaría?

Avery le había creído, y por primera vez en mucho tiempo, había comenzado a creer en sí misma. Randall era un profesor de psicología de la universidad de Harvard mundialmente reconocido, en sus sesenta, sin motivación y sin ningún historial conocido de sus trastornadas creencias personales. Más que eso, parecía débil y dañado, y Avery siempre había querido defender a los débiles.

Cuando logró liberarlo, fue el momento más destacado de su carrera, el punto culminante, eso fue hasta que deliberadamente volvió a matar para exponerla como fraude.

Todo lo que quería saber Avery era: ¿por qué?

¿Por qué lo hiciste? le preguntó una vez por teléfono. ¿Por qué mentir y tenderme una trampa, sólo para terminar yendo a prisión por el resto de tu vida?

Porqué sabía que podías ser salvada, respondió Howard.

Salvada, pensó Avery.

¿Es ésta la salvación? se preguntó mirando a su alrededor. ¿Aquí? ¿Ahora? ¿Sin amigos? ¿Sin familia? ¿Una cerveza en la mano y una nueva vida cazando asesinos para compensar por mi pasado? Tomó un sorbo de su bebida y sacudió la cabeza. No, ésta no es la salvación. Al menos no todavía.

Sus pensamientos se volvieron hacia el asesino.

Se había comenzado a formar una imagen de él en su mente: tranquilo, solitario, desesperado por atención, especialista en hierbas y cadáveres. Descartó que fuese alcohólico o drogadicto. Era demasiado cuidadoso. La camioneta apuntaba a una familia, pero sus acciones parecían indicar que una familia era lo que él quería, no lo que tenía.

Con la mente dándole vueltas con pensamientos e imágenes, Avery tomó dos cervezas más antes de quedarse dormida de repente en su cómoda silla de exterior.

CAPÍTULO NUEVE

En sus sueños, Avery estaba nuevamente con su familia.

Su ex era un hombre atlético de cabello castaño recortado y deslumbrantes ojos verdes. Ávidos escaladores, fueron de excursión juntos con su hija, Rose; ella tenía tan sólo dieciséis años y ya había sido aceptada anticipadamente a la Universidad Brandeis, a pesar de estar aún en la secundaria, pero en el sueño tenía seis años. Iban cantando y caminando por un camino rodeado de densos árboles. Aves oscuras revolotearon y chillaron antes de que los árboles se convirtieran en un monstruo de sombras y una mano con forma de cuchillo apuñalara a Rose en el pecho.

"¡No!" gritó Avery.

Otra mano apuñaló a Jack y él y su hija se alejaron suspendidos en el aire.

"¡No! ¡No! ¡No!" lloró Avery.

El monstruo descendió.

Unos labios oscuros susurraron en su oído.

No hay justicia.

Avery se despertó de una sacudida con el sonido de un teléfono sonando incesantemente. Aún estaba en la terraza en su bata. El sol ya había salido. Su teléfono continuaba sonando fuertemente.

Atendió.

"Black."

"¡Oye Black!" respondió Ramírez. "¿Nunca atiendes o qué? Estoy abajo. Junta tus porquerías y salgamos de aquí. Tengo café y bocetos."

"¿Qué hora es?"

"Ocho y media."

"Dame cinco minutos," dijo y colgó.

El sueño seguía penetrando en sus pensamientos. Perezosamente, Avery se levantó y entró al apartamento. La cabeza le pulsaba. Forcejeó con los vaqueros desteñidos. Hizo que una camiseta blanca se viera respetable con una chaqueta negra. El desayuno fueron tres tragos de jugo de naranja y una barra de granola. De salida, Avery se echó un vistazo en el espejo. Su atuendo, y su comida matutina, tenían poco que ver con trajes de miles de dólares y desayunos diarios en los más elegantes restaurantes. Supéralo, pensó. No estás aquí para verte bonita. Estás aquí para atrapar a los malos.

Ramírez le alcanzó una taza de café en el auto.

"Te ves bien, Black," bromeó.

Como siempre, él parecía ser el modelo de la perfección: vaqueros azul oscuro, una camisa abotonada celeste, y una chaqueta azul oscuro con cinturón y zapatos marrones.

"Deberías ser modelo," gruñó Avery, "no policía."

Una sonrisa exhibió su dentadura perfecta.

"En realidad, hice un poco de modelaje una vez."

Salió del corredor y se dirigió al norte.

"¿Dormiste algo anoche?" preguntó.

"No mucho. ¿Y tú?"

"Dormí como un bebé," dijo orgullosamente. "Siempre duermo bien. Nada de esto me afecta, ¿sabes? Trato de dejarlo pasar," dijo haciendo una ola en el aire con sus manos.

"¿Alguna novedad?"

"Los dos muchachos estaban en su casa anoche. Connelly les puso vigilancia sólo para asegurar que no se escapen. También habló con el decano para obtener información y asegurarse que nadie se ponga nervioso con un montón de policías vestidos de civil merodeando por el campus. Ninguno de los chicos tiene antecedentes. El decano dice que son buenos muchachos de buenas familias. Lo veremos hoy. No hay noticias de Sarah sobre el reconocimiento facial. Deberíamos tener noticias esta tarde. Algunos concesionarios de autos me devolvieron la llamada con nombres y números. Voy a hacer una lista y ver qué pasa. ¿Viste el periódico de la mañana?"

"No."

Lo sacó y lo arrojó sobre su falda. En letras negras grandes, el titular decía "Muerte en Harvard." Había otra fotografía del Parque Lederman, junto con una foto más chica del campus de Harvard. El artículo era un refrito de la editorial del día anterior e incluía una imagen más pequeña de Avery y Howard Randall de sus días juntos en la corte. Se mencionaba a Cindy Jenkins por su nombre, pero no había ninguna foto de ella.

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