Danielle estaba sentada en su sofá, recostada sobre Martin, su pierna sobre la de él, y estaba muy consciente de que no llevaba ropa interior debajo de sus shorts de pijama. Sin embargo, eso no importaba. La había rechazado la noche anterior, a pesar de que no había llevado sostén. Parecía que Martin se estaba tomando en serio el asunto de ir despacio.
Ella también estaba empezando a creer que o bien simplemente era un caballero o no se sentía sexualmente atraído por ella. Sin embargo, lo último era muy difícil de creer porque sentía su erección en sus piernas y caderas cada vez que se besaban.
Trató de no dejar que eso la molestara. Aunque sí estaba sexualmente frustrada, valía la pena un hombre que quería algo más que sexo.
Esta noche era un gran ejemplo de eso. Habían decidido quedarse en su apartamento viendo una película. Antes de eso, habían hablado del día de Martin. Sin embargo, como era subgerente en una imprenta, no hubo mucho qué discutir. Era como escuchar a alguien explicar cómo se seca la pintura. En cuanto a Danielle, odiaba hablar de su día. Como barman en un restaurante local, sus días eran aburridos. Pasaba casi todos sus días leyendo. Sus noches estaban llenas de historias que compartir, pero a veces ni le quedaban ganas de contarlas.
Una vez que terminaron de hablar, se besaron un poco, pero hasta ahí. Y a Danielle no le molestó eso en nada. Además, había estado desanimada desde la visita de Chloe. El estabilizador del estado de ánimo probablemente ni siquiera surtiría efecto hasta que se tomara la segunda pastilla antes de dormir.
Gracias a la visita de Chloe, Danielle había estado pensando en su madre, su padre y en su infancia que había pasado volando. En realidad, lo único que quería era estar en los brazos de Martin… y eso era muy difícil de admitirse a sí misma.
Habían elegido la película Cadena perpetua y estaban acurrucados en el sofá como un par de escolares nerviosos e inexpertos. La mano de Martin se deslizó por su hombro varias veces y Danielle se preguntó si estaba tratando de seducirla. Pero él no hizo más nada, lo que a la vez fue refrescante y exasperante.
Ella también notó que su teléfono sonó en algunas ocasiones. Estaba en la mesa de centro frente a ellos, pero él decidió no revisarlo. Al principio, asumió que estaba siendo educado. Pero después de un tiempo, lo que Danielle supuso fueron siete u ocho pitidos, empezó a ser desagradable.
Justo cuando Tim Robbins se encerró en la oficina del alcaide y puso a sonar ópera para los presos de la prisión de Shawshank, el celular volvió a sonar. Danielle miró al teléfono y luego a Martin.
—¿Vas a revisarlo? —preguntó—. Por lo visto, alguien te necesita.
—No, no te preocupes —dijo Martin. La acercó más a su cuerpo y se estiró. Estaban tendidos uno al lado del otro. Si quisiera, pudiera besar su cuello fácilmente. Miró el espacio expuesto allí y lo pensó. Se preguntó cómo reaccionaría si ella lo besaba allí, tal vez pasaba su lengua por su cuello.
El teléfono volvió a sonar. Danielle soltó una risita y, sin ningún tipo de advertencia, saltó sobre el pecho de Martin. Cogió el teléfono y se lo llevó a su pecho. A lo que vio su pantalla de bloqueo, dijo: —¿Cuál es tu…?
Martin le quitó el teléfono violentamente. Se veía más sorprendido que furioso. —¿Qué fue eso? —le preguntó.
—Nada —dijo Danielle—. Solo estaba jugando. Puedes revisar tu teléfono cuando estás conmigo. No me molesta. Si es tu otra novia, bueno… allí sí perderé los estribos.
—No quiero que estés viendo mi teléfono —espetó Martin.
—Eh, cálmate. No tienes que ponerte así. Solo estaba jugando.
Martin la miró con desprecio y se metió el celular en el bolsillo. Suspiró y se enderezó. Al parecer ya no estaba interesado en abrazarla.
—Ah, entonces eres uno de esos — dijo ella, bromeando pero siendo un poco más persistente—. De los que protegen sus teléfonos como si fueran sus penes o algo así.
—Cambiemos de tema —dijo él—. No te pongas rara.
—¿Yo? Martin, casi me rompiste la mano cuando me quitaste el teléfono.
—Bueno, no es tu teléfono. ¿No confías en mí?
—No sé —dijo ella, levantando la voz—. No llevamos mucho tiempo saliendo. No tienes que ponerte tan defensivo, carajo.
Él puso los ojos en blanco y miró la televisión. Fue un gesto desdeñoso, uno que la molestó. Negó con la cabeza y, haciendo todo lo posible para para seguir juguetona, lo montó a horcajadas. Bajó la mano como si fuera a bajar su cremallera, pero luego la movió hacia el bolsillo donde había guardado el celular. Con la otra mano, comenzó a hacerle cosquillas.
Esto sorprendió a Martin, y fue evidente que no sabía cómo responder. Sin embargo, accionó justo cuando sus dedos tocaron el borde de su celular. La agarró del brazo y lo jaló con fuerza. Luego la empujó hacia el sofá, sin soltarle el brazo. Le dolió mucho, pero Danielle no lo dejaría tener la satisfacción de escucharla gritar de dolor. La velocidad y la fuerza que mostró la hicieron recordar que había sido boxeador amateur.
—¡Suelta mi puto brazo!
Martin lo hizo y la miró con sorpresa. La expresión en su rostro la hizo pensar que no había querido ser tan brusco con ella. Se había sorprendido incluso a sí mismo. Pero también estaba enojado. Sus cejas fruncidas y hombros temblorosos lo demostraban.
—Me voy —dijo.
—Sí, buena idea —dijo Danielle—. Y no se te ocurra volver a llamarme a menos que esa llamada empiece con unas disculpas.
Él negó con la cabeza. Danielle no estaba segura si había negado con la cabeza por como se había comportado o por lo que ella había dicho. Danielle lo vio caminar rápidamente hacia la puerta, cerrándola de golpe detrás de él. Ella se quedó mirando la puerta por varios minutos mientras trataba de darle sentido a lo que había pasado.
«No tiene ningún interés en follarme y de paso tiene un mal genio —pensó—. Lo único que me traerá son problemas.»
Bueno, ella siempre se había sentido atraída por ese tipo de hombre.
Miró su brazo y vio manchas rojas donde la había agarrado y empujado. Estaba bastante segura de que se convertirían en moretones. No sería la primera vez que un chico la moreteaba, pero realmente no lo había visto venir de Martin.
Consideró ir detrás de él para preguntarle qué había sido todo eso. Pero luego decidió quedarse en el sofá y seguir viendo la película. Su pasado al menos le había enseñado que no valía la pena perseguir a ningún hombre. Ni siquiera a los que parecían demasiado buenos para ser verdad.
Ella terminó de ver la película sola y luego decidió irse a dormir. Mientras apagaba todas las luces, sintió que alguien la estaba vigilando, que no estaba sola. Ella sabía que eso era ridículo, pero igual no pudo evitar mirar la puerta principal, donde había aparecido la carta ayer, y el resto de las cartas anteriormente, en un abrir y cerrar de ojos.
Se quedó en el sofá y siguió mirando la puerta, casi esperando que otra carta se deslizara por debajo. Y veinte minutos después, cuando se levantó y comenzó a prepararse para el trabajo, lo hizo con todas las luces encendidas.
Sentía mucha paranoia. Era una paranoia familiar, la sensación que se había convertido en su amiga cercana, una amiga aún más cercana desde que había empezado a recibir esas notas.
Ella pensó en las pastillas y se preguntó por un momento si solo se estaba imaginando todo. Todo… incluyendo las notas.
¿Qué era real y qué no?
No pudo evitar recordar su pasado y la oscuridad que creía haber superado.
¿Estaba perdiendo la cabeza?
Chloe estaba sentada en la sala de espera, mirando las pocas revistas que estaban sobre la mesa de centro. Ella se había visto con dos terapeutas diferentes después de la muerte de su madre, pero realmente no había entendido el propósito de esas visitas. Ahora que tenía veintisiete años, entendía por qué estaba allí. Había seguido el consejo de Greene y llamado al terapeuta del FBI para hablar de su reacción a la escena del crimen de ayer. Ahora se encontraba tratando de recordar las oficinas que había visitado de niña.
—¿Señorita Fine? —llamó una mujer desde el otro lado de la sala.
Chloe había estado tan perdida en sus pensamientos que no había oído la puerta de la sala de espera abrirse. Una mujer de aspecto agradable la saludó con la mano. Chloe se puso de pie e hizo todo lo posible para no sentirse como una fracasada mientras seguía a la mujer por un pasillo hacia una gran oficina.
Ella pensó en lo que Greene le había dicho ayer mientras se tomaron un café juntos. Lo recordaba muy bien, ya que ese había sido el primer consejo real que recibía de un agente experimentado.
—Me vi con este terapeuta varias veces durante mi primer año. Mi cuarta escena del crimen fue un asesinato-suicidio. Cuatro cuerpos en total. Uno de ellos fue el de un niño de tres años de edad. Eso me afectó demasiado. Así que estoy cien por ciento seguro que ir a terapia funciona. Especialmente si empiezas a ir desde esta etapa de tu carrera. Conozco a muchos agentes que se creen mejores que los demás, que no necesitan ayuda. No seas uno de esos, Fine.
Así que no… necesitar a un terapeuta no la hacía una fracasada. En todo caso, esperaba que ir a terapia la hiciera más fuerte.
Entró en la oficina y vio a un señor mayor de unos sesenta años más o menos sentado detrás de un escritorio grande. Una ventana detrás del escritorio mostraba un pequeño topiario afuera lleno de mariposas. Su nombre era Donald Skinner, y él llevaba más de treinta años en esto. Lo sabía porque lo había buscado en Google antes de decidirse a hacer la cita.
Skinner era muy formal y correcto. Se levantó para saludarla. Luego, hizo un gesto hacia un sillón cómodo en todo el medio de la oficina y le dijo: —Siéntate, por favor. Ponte cómoda
Chloe se sentó. Se sentía muy nerviosa. Ella sabía que probablemente estaba esforzándose demasiado por tratar de ocultarlo.
—¿Has hecho esto antes? —preguntó Skinner.
—Sí, de niña —dijo Chloe.
Él asintió mientras se sentaba en una silla idéntica colocada en frente de ella. Cuando se sentó, puso la rodilla derecha sobre su pierna derecha y cruzó las manos sobre ellas.
—Señorita Fine, ¿por qué no me hablas de ti y me cuentas qué te trajo aquí?
—¿Desde qué edad empiezo? —preguntó ella en broma.
—Por ahora, enfoquémonos en la escena del crimen de ayer —respondió Skinner.
Chloe se tomó un momento para pensar y luego comenzó. Ella no se guardó nada, incluso hablando un poco de su pasado para que la entendiera mejor. Skinner escuchó con atención y ahora estaba analizando todo lo que le acababa de decir.
—Cuéntame… —dijo Skinner—. ¿De todas las escenas del crimen que has visitado, esa fue la más horripilante?
—No. Pero fue lo más horripilante que me habían dejado ver hasta ahora.
—¿Así que estás dispuesta a admitir plenamente que ese evento de tu pasado fue lo que te hizo reaccionar de esa manera?
—Supongo. Digo, nunca antes me había pasado. E incluso cuando siento que algo me está medio afectando, trato de sacudirme para que se me pase.
—Entiendo. ¿Hay otros factores que podrían haber entrado en juego? Estás en una nueva ciudad. Un nuevo instructor, una nueva casa. Has atravesado muchos cambios.
—Tal vez mi hermana gemela… —dijo Chloe—. Vive aquí en Pinecrest. Supongo que el pensar en verla después de un año también me afectó, además del hecho que la escena del crimen fue muy similar a la de mi madre.
—Sí, quizás —dijo Skinner—. Discúlpame por hacerte una pregunta tan simple, pero ¿el asesinato de tu madre te condujo a una carrera con el FBI?
—Sí. Desde los doce años supe que esto era lo que quería hacer.
—Y ¿qué de tu hermana? ¿Qué hace ella?
—Ella es una barman. Creo que lo disfruta porque solo tiene que ser sociable unas horas al día y luego se puede ir a casa y dormir hasta el mediodía.
—¿Y ella recuerda ese día de la misma forma que tú? ¿Han hablado de eso?
—Sí, pero jamás entra en detalle. Cuando lo intento, me manda a callar.
—De acuerdo. Ahora quiero que hables de eso conmigo —dijo Skinner—. Es evidente que tienes que discutirlo. Así que deberías hacerlo conmigo, que soy imparcial.
—Bueno, como dije antes, pareció un accidente desafortunado y básico.
—Pero tu padre fue arrestado —señaló Skinner—. Así que para mí, una persona que no está familiarizada con el caso, no me parece que fue un accidente. Se me hace curioso que tú creas que lo fue. Así que hablemos de eso. ¿Qué pasó ese día? ¿Qué recuerdas?
—Bueno, fue un accidente causado por mi padre. Por eso fue arrestado. Ni siquiera mintió sobre eso. Estaba borracho, mamá lo hizo enojar y él la empujó.
—¿Te di la oportunidad de entrar en más detalles y eso es lo único que me dices? —dijo Skinner en un tono amistoso.
—Bueno, no recuerdo todo muy bien —admitió Chloe—. Los recuerdos del pasado los veo lejos, borrosos.
—Sí, eso pasa. Así que… quiero probar algo contigo. Como esta es la primera vez que nos vemos, no probaré hipnosis. Sin embargo, voy a intentar una forma probada de terapia. Es lo que algunos llaman terapia de la línea de tiempo. Espero que nos ayude a sacar a la luz más detalles de ese día, detalles que están en tu mente, pero que están escondidos porque te dan miedo. Si sigues asistiendo, este tipo de terapia nos ayudará a acabar con el miedo y la ansiedad que sientes respecto a ese día. ¿Quieres intentarlo hoy?
—Sí —dijo Chloe sin vacilar.
—Excelente. Así que… empecemos con el lugar en el que estabas sentada. Quiero que cierres los ojos y te relajes. Tómate unos momentos para despejar tu mente y ponerte cómoda. Asiente con la cabeza cuando estés lista.
Chloe hizo lo que le pidió. Se hundió en el sillón. Era un sillón de cuero de imitación muy cómodo. Sentía que todavía estaba tensando los hombros, incómoda por estar tan vulnerable con una persona que apenas iba conociendo. Suspiró profundamente y luego sintió sus hombros relajarse. Se acomodó en el sillón y escuchó el zumbido del aire acondicionado. Luego, asintió con la cabeza. Estaba lista.
—Está bien —dijo Skinner—. Estabas sentada en la escalera de entrada con tu hermana. Ahora, incluso si no puedes recordar el tipo de zapatos que llevabas ese día, quiero que te imagines mirando tus pies. Mirando tus zapatos. Quiero que te enfoques en ellos y en nada más, solo los zapatos que llevabas ese día cuando tenías diez años. Tú y tu hermana en la escalera de entrada. Solo mira tus zapatos. Descríbemelos.
—Llevaba zapatillas Chuck Taylor —dijo Chloe—. Rojas. Un poco raídas. Cordones grandes.
—Perfecto. Ahora estudia los cordones. Realmente concéntrate en ellos. Después quiero que te pongas de pie sin dejar de mirar los cordones. Quiero que te pongas de pie y regreses al lugar donde estabas antes, donde descubriste la sangre en la alfombra al final de las escaleras. Necesito que retrocedas unas horas. Pero no dejes de mirar los cordones. ¿Puedes hacer eso?
Chloe sabía que no estaba hipnotizada, pero sus instrucciones eran muy simples. Tan básicas y fáciles. Se puso de pie dentro de su mente y volvió a entrar en el apartamento. Cuando lo hizo, vio la sangre, vio a su madre.
—Mamá está ahí al final de las escaleras —dijo—. Hay mucha sangre. Danielle está en alguna parte, llorando. Papá está caminando de un lado a otro.
—Excelente. Pero sigue mirando tus cordones —le dijo Skinner—. E intenta retroceder un poco más. ¿Puedes hacer eso?
—Sí. Fácil. Estoy con Beth… una amiga mía. Acabamos de regresar del cine. Su madre nos llevó. Su madre me dejó en frente del edificio y esperó a que entrara. Siempre hacía eso, no se iba hasta que yo entrara.
—Bien. Sigue mirando tus cordones mientras te sales del auto y subes las escaleras. Luego háblame del resto de la tarde.
—Entré al edificio y subí al segundo piso, donde estaba nuestro apartamento. Cuando llegué a la puerta y saqué las llaves para abrirla, escuché a papá adentro. Así que entré. Cerré la puerta y me dirigí a la sala de estar y luego vi el cuerpo de mamá. Estaba al final de las escaleras. Su brazo derecho estaba debajo de ella. Su nariz estaba destrozada y había sangre por todas partes. Toda su cara estaba llena de sangre. Toda su sangre estaba esparramada ahí, al final de las escaleras. Creo que papá intentó mover el cuerpo…
Chloe dejó de hablar. Le resultaba difícil concentrarse en aquellos viejos cordones. Conocía la escena que estaba describiendo demasiado bien como para ignorarla.
—Danielle estaba parada justo encima de ella. Tenía un poco de sangre en sus manos y en su ropa. Papá estaba hablando muy fuerte por teléfono, diciéndole a alguien que viniera ya, que hubo un accidente. Cuando colgó, me miró y empezó a llorar. Tiró el teléfono a la pared, donde se hizo pedazos. Luego se acercó a nosotras y se puso en cuclillas. Dijo que lo sentía… que venía una ambulancia en camino. Luego miró a Danielle y apenas pudimos entenderlo porque estaba llorando. Dijo que Danielle tenía que ir arriba, que tenía que cambiarse de ropa.
Ella lo hizo, y yo la seguí. Le pregunté qué había pasado, pero no quiso hablar conmigo. Ni siquiera estaba llorando. Dentro de poco, escuchamos sirenas. Nos fuimos a sentar con papá, esperando que nos dijera qué pasaría. Pero nunca lo hizo. La ambulancia llegó, luego la policía. Un policía amable nos llevó a la escalera de entrada y se quedó con nosotras hasta que sacaron a papá con las manos esposadas. Hasta que sacaron el cuerpo de mamá…
La imagen de los cordones desapareció de repente. Ella estaba de nuevo en la escalera de entrada, esperando que su abuela las recogiera. El policía gordo estaba con ella y, aunque ella no lo conocía, la hacía sentirse segura.
—¿Estás bien? —preguntó Skinner.
—Sí —dijo con una sonrisa nerviosa—. Había olvidado por completo que papá había tirado el teléfono contra la pared.
—¿Cómo te hizo sentir ver eso?
Era una pregunta difícil de responder. Su padre tenía buen genio, pero verlo hacer eso después de lo que pasó con su madre lo hacía parecer débil y vulnerable.
—Me siento triste por él.
—¿Lo has culpado por la muerte de tu madre desde que pasó? —preguntó Skinner.
—Honestamente, depende del día. Depende de mi estado de ánimo.
Skinner asintió, se puso de pie y la miró con una sonrisa reconfortante.
—Creo que ya está bien por hoy. Por favor llámeme si vuelves a experimentar este tipo de reacción a una escena del crimen. Y quisiera volverte a ver pronto. ¿Podemos programar una cita?
Chloe lo pensó, asintió con la cabeza y luego dijo: —Sí, pero me casaré dentro de poco y tenemos un montón de reuniones con floristas y pasteleros… es una pesadilla. ¿Puedo programarla después por teléfono?
—Por supuesto. Y hasta entonces… pégate mucho al agente Greene. Es un buen hombre. Y tuvo razón en aconsejarte a que te vieras conmigo. También tienes que saber que no significa nada el hecho que hayas tenido que recurrir a mí tan pronto en tu carrera. Eso no es un reflejo de tu talento.
Chloe asintió. Ella lo sabía, pero igual le había agradado oír a Skinner decirlo. Se levantó y le dio las gracias por su tiempo. Mientras caminaba hacia la sala de espera, vio a su padre lanzando el teléfono. Pero luego él hizo un comentario, uno que no había olvidado pero que había estado borroso hasta hoy.
Había mirado a Danielle y, con un poco de urgencia en su voz, había dicho: —Danielle, cariño… cámbiate de ropa. Llegarán dentro de poco.
Chloe pasó toda la tarde pensando en ese comentario. Eso la inquietó, pero también la llevó a una puerta cerrada que había logrado ignorar durante los últimos diecisiete años.
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